El retiro secreto de ricos y famosos en la Serranía de Ronda
No es un hotel, no es un resort, no es una casa, no es un retiro, no es un cortijo, no es una finca… es todo eso y más. Finca La Donaira (Montecorto, en Málaga lindando con Cádiz) es un exclusivo alojamiento de lujo silencioso (en ambos sentidos) con solo 9 habitaciones y más de 700 hectáreas de terreno en el que desconectar de todo y reconectar con una misma. Ahora entra en el selecto club de Relais & Châteaux.
Finca La Donaira es sinónimo de “quiet luxury”, que atrae a aquellos con holgada economía que buscan un lugar tranquilo donde descansar sin ser vistos. Lujo silencioso y elegante, discreción y anonimato. Doblemente silencioso porque el lugar es de un calmado que hasta baja las revoluciones nada más cruzar su entrada-jardín de hierbas, que llena de fragancias naturales el espacio y de trinos cada rincón. Lujo silencioso porque no hay oropeles ni alharacas; un espacio refinado pero informal, definitivamente rústico pero medido, para que no falte nada de lo que un sibarita busca.
La llegada, en un lugar apartado y sin apenas señales, ya indica que esto no es un hotel al uso. Muchos lo hacen en helicóptero y otros en un transfer desde las estaciones o aeropuertos de Sevilla, Málaga o Ronda que suelen ser las vías más habituales de llegada. El trayecto final nos habla de un lugar perfecto para aislarse, refugiarse y no ser visto.
La filosofía del espacio es sentirse en casa, en una casa de campo sofisticada y llena de detalles. Con actividades (y un equipo que es la extensión de una familia) para el que quiera mantenerse activo (trekking, senderismo, bici de montaña…) y naturaleza desbordante para el que quiera simplemente contemplarla. Todo dentro de una filosofía notoriamente 'slow' pero sobre todo consciente en lo sostenible. Desde las 'amenities' echas en la propiedad, con lo que el campo ofrece, hasta el uso responsable de la energía generada por ellos mismos. Un lugar en el que el equilibrio entre seres humanos, animales y naturaleza es la base de su 'ethos'.
Las habitaciones, más bien 'suites', de este hotel (que también lo es) son todas distintas; difieren en tamaño y disposición pero mantienen ese look 'rustic chic' con toques vintage y luces tenues que caracteriza a la propiedad. Algunas tienen dos plantas y panorámicas, otras extensas bañeras y terrazas propias, hay incluso yurtas (como tiendas de campaña 'deluxe') para nómadas cinco estrellas. Esto hace que el que repite quiera cambiar de estancia para ir descubriéndolas todas.
Las actividades “curadas” por especialistas de este 'resort' (que también lo es) giran en torno a los caballos lusitanos. Animales carismáticos con presencia poderosa que son mimados y que devuelven el cariño en cabalgatas guiadas o sesiones de terapia. También se puede dar y recibir amor de sus burros con programas que dignifican este maltratado animal y que van desde paseos a su lado hasta baños de bosque en su compañía, acompañados de psicólogos expertos como Verónica Sánchez.
Los planes en esta casa (que también lo es) tienen mucho que ver con la cocina (a la vista y con mesa comunal) sin puertas y conectada con el acogedor salón principal o su enorme terraza “al fresco”. La explotación biodinámica cuenta con ganadería propia (vacas, gallinas, corderos…) y huerto (frutas, hortalizas, hierbas aromáticas…) de las que se usa leche, huevos, aceite, carne… para crear platos originales, sencillos, apetecibles, ricos y sorprendentes por olvidados, renovados, inventados o reinterpretados por Nerea Ortiz de Urbina y Manuel Vargas.
Este dúo y un maravilloso equipo hacen menús diarios que se sirven en mesas repartidas por diferentes espacios cuando suena la campana. Cada día y cada comida o cena un “menú” de primero, segundo y postre elaborados solo con los productos de La Donaira. Puede ser una ensalada de tomates en texturas, un solomillo de wagyu o pajuna de la finca, un pescado al horno o cordero lechal que son en realidad “guarniciones” de los platos de verduras que son los verdaderos protagonistas; en un juego inteligente e inusual.
Todo maridado con vinos naturales, obviamente, también hechos con los viñedos de la propiedad por su enólogo y sumiller David Raya. Nico y Nikki se encargarán de servir más tinto, presentar el desayuno (orgánico y casero, evidentemente) o llevar un cóctel o café a cualquier zona del recinto.
Las posibilidades en este retiro (que también lo es) van más allá del 'wellness', del 'mindfulness' o de la mera contemplación meditativa. Evidentemente todo eso lo hay y más. ¿Opciones top? Baños de sonido con cuencos tibetanos de la mano de Paula Krol o el maravilloso y misterioso spa (por la pintura negra que lo envuelve y las tenues luces que acompañan los baños de su piscina dinámica interior) que se puede privatizar para mayor tranquilidad y sosiego. Ojo también a su sauna de leña. Planazo en los días de frío.
¿Y en los de calor? Su piscina exterior natural surtida por el agua de manantial que luego fluye para regar su frondoso jardín. Maravilloso un paseo guiado por Gerhard Bodner (una enciclopedia botánica andante) en su jardín medicinal; con cientos de plantas cuyas semillas, hojas, tallos, salvia o flores tienen efectos terapéuticos usados en tisanas, infusiones, los platos de su culinaria o incluso en los jabones (también hay talleres para hacerlos en casa de manera artesana). Las abejas son también protagonistas (polinizadoras del vergel) a través de sus mieles o una terapia en la que “encerrarse” es un sarcófago para “hipnotizarse” con su zumbido.
El look de este cortijo (que también lo es) tiene las características de una casa de campo andaluza con solera (muchos de los edificios tienen más de 111 años de antigüedad). Sabor a campo en espacios que antes fueron alpendres o almacenes que ahora son 'suites' de lujo o salones donde relajarse. Cuero, madera, piedra, lana, hierro… elementos naturales que miran a la naturaleza encuadrando ventanales que enmarcan la perfección, domesticadamente salvaje, del entorno.
Toques 70´s en lámparas, sofás... estanterías con libros, discos... la chimenea, pufs, cojines… y los huéspedes que, casi en zapatillas, se saludan, toman una copa y comparten vivencias antes de ir a su mesa. Después de cenar quizás un concierto de piano o un espectáculo de flamenco. También se organizan, por la noche, avistamiento de estrellas y astros para disfrutar de los despejados cielos de la sierra; con cero contaminación lumínica y las condiciones ideales para disfrutar del firmamento.
Pero lo mejor de esta finca (que también lo es, es que lo lleva en su nombre) es eso, su finca. Un espacio eterno donde caminar, perderse, abrazar un roble de 700 años, acariciar un animal, recolectar frutas… sabiendo que nos espera al regreso “a casa” una habitación perfecta para una siesta, una cocina con algo muy rico, un baño en tinieblas o un cóctel en su mirador mientras atardece en paz.