Todas las caras de Amy Winehouse: un homenaje que traiciona una biografía extraordinaria
Inquieta ver a Marisa Abela en la piel de la artista, pero su historia solo matiza lo que sufrió por amor.
La película de Amy Winehouse se hace realidad con la primera imagen de Marisa Abela
Hace unos días España recibía con los brazos y los oídos abiertos a Taylor Swift. Los alrededores del Estadio Santiago Bernabéu de Madrid no habían visto algo igual, ni siquiera en una gran final: miles de personas, principalmente niñas y mujeres, reconocían ante las cámaras y micrófonos de cualquier medio que se tercie que las diferentes Eras de la artista les habían marcado profundamente en sus vidas. Por un momento interesó más el contenido que el continente y eso se debe a que buena parte de ellas aseguraban que el ingrediente secreto de Swift estaba en contar su vida en sus canciones.
Esto no es algo nuevo ni rompedor ni diferente a los miles de conocidos y anónimos que buscan hacer de la música su oficio, pero es relevante que esto se destaque como uno de los motivos, si no el principal (para eso quizá habría que echarle un ojo a Fenómeno Taylor Swift, recientemente publicado), por el que la cantante de Cruel Summer es hoy el no va más.
Está bien saber que, independientemente de lo que la haga única para la mitad de la publicación mundial, sean sus composiciones las que hayan alentado a miles de personas a gastarse parte de sus ahorros en una sola tarde (dos con mucha suerte). Me pregunto si Amy Winehouse hubiese conseguido vender tantas entradas y tener tanta repercusión mediática como Swift, ahora que he visto la que presentan como película biográfica, teniendo poco de eso, Back to Black (Sam Taylor-Wood, 2024).
Por supuesto que nada tienen que ver la una con la otra, ya que Amy y Taylor son como la noche y el día, británica y Miss Americana, la impudicia y la indecencia. Al menos es así como se quiso reforzar la imagen de la icónica artista del pelo de colmena. Lo único que les podría unir sería su pasión por la música, que recibieron su primera guitarra con 12 años y aprendieron a tocarla de oído y que sus letras vienen a ser una suerte de diarios cantados. Eso es algo que se intuye cuando se escuchan temas como el que le da nombre a la película, Take The Box, Love Is a Loosing Game o What Is It About Men. Esta última precisamente se cuela en una de las escenas de la cinta, protagonizada por Marisa Abela, en la que vemos por primera vez a Amy tocando la guitarra en el que fue durante muchos años su refugio, su habitación, como el de cualquier otra joven.
El problema está en que sin un merecido contexto un espectador que no conozca bien la vida de la cantante no tiene mucho que hacer aparte de disfrutar de ese momento, en el que coge por primera vez la guitarra para cantar uno de los temas clave del que fue su debut Frank. La realidad es que Amy escribió este tema porque seguía muy afectada por el divorcio de sus padres, consecuencia de una infidelidad de su padre. Eso, dicho sea de paso, tampoco se comenta en esta historia, donde su madre, Janis, apenas está presente en un par de momentos y aunque esta separación marcó profundamente su vida y su relación con los hombres. Tanto es así que en esta canción su autora se pregunta si su futuro también seguirá el mismo camino… por el mismo problema.
Mitch y Blake, dos aprovechados
No deja de ser curiosa la aportación de los que fueron los hombres de su vida: su padre, Mitch Winehouse, y su esposo, Blake-Fielder Civil que en la película no demuestran ser ni la mitad de aprovechados de lo que en realidad fueron en la vida de Amy, cuyo mito ha seguido dando de comer a ambos, especialmente a su padre. Cierto es que su segundo elepé, Back to Black gira indudablemente en torno a su tormentosa relación personal con Civil, marcada por las idas, las venidas y las drogas, sobre todo por las drogas. Si bien esto marcó el principio del fin de su carrera, apenas se da muestra de lo mucho que afectaron sus adicciones a su imagen pública. Fue adicta por decisión propia, pero también lo fue a causa de la influencia de su pareja. Por esto se pasa de puntillas en las casi dos horas que dura la película, que sorprende que repare en detalles como que la cantante sacaba fotos con su Polaroid para reconocer sus pares de zapatos sin abrir las cajas o el vitíligo que desarrolló como consecuencia de las drogas, pero no en que la dependencia hacia su marido era igual de intensa que la de consumir alcohol en sus momentos de bajón.
Más allá de su faceta personal, en lo musical se echan en falta infinidad de detalles, como saber más quiénes fueron sus productores (no es que Mark Ronson sea precisamente un desconocido), el motivo por el que no pudo recoger presencialmente sus premios Grammy en su noche más especial o por qué tuvo que modificar uno de sus tatuajes para que se retransmitiera en Estados Unidos, muy cauto con el #FreeTheNipple y, en particular, con los desnudos a tinta. Habría estado interesante denunciar que se le negó el visado para entrar en el país porque días antes había aparecido en un vídeo suyo en el que aparecía fumando crack. Pienso qué hubiese sucedido si, en su lugar, quien apareciera drogándose fuera un compañero hombre. Keith Richards, por ejemplo. La deducción es muy clara.
Ya de matrícula de honor hubiese sido aclarar que a Amy le gustó más que se lo entregara uno de sus ídolos, Tony Bennett, que el premio en sí. Positivas sí son sus constantes referencias a Cynthia, su abuela materna, quien la enseñó a escuchar música de Sarah Vaughan y Ella Fitzgerald, así como a peinarse con su moño beehive inspirado en Ronnie Spector y The Shangri-Las, pero por lo demás el guion no deja de ser un batiburrillo de imágenes de cabeceras como The Sun. Una pena haber desaprovechado este homenaje a una mujer a la que se describe sin gana, sin pericia, que, con algo de suerte y ayuda, podría hoy estar llenando estadios como el del centro de la capital.
Amy más allá de un 'biopic'
La figura de la estrella de Candem siempre fue, es y será digna de un análisis más exhaustivo que el que lograron trascender medios dispuestos desmontar el mito. Amy era humilde, auténtica, deslenguada, atrevida, única. Eso se pone en evidencia en el documental Amy (Asif Kapadia, 2015), que recibió un Oscar y emocionó a toda una generación de fans que esperaban conocer más a la artista… y lo consiguieron.
Durante estos años Amy ha aparecido en diferentes libros de música, aunque si hay que destacar el más íntimo es Amy Winehouse: De su puño y letra, publicado este año por Libros del Kultrum y que se basa en documentos de la propia artista desde su infancia, entre los que abundan listas de cosas que hacer que escribía hasta la madrugada ─la compositora siempre tenía entre manos un lápiz y un papel, lo que tampoco se deja ver en la película─, incluidos sus sueños (hacer una película con Michael Madsen hubiese sido interesante) y sus cambios de outfit sobre el escenario. Una delicia para quien quiera conocer a la Amy risueña y divertida que siempre fue.
También resulta interesante la representación de Amy en Rock & Roll. La historia del rock en cómic (Lunwerg), donde la ilustradora francesa Coco hace una metáfora sobre todo lo que estaba dentro de la cabeza de Amy, que adornaba con un moño con una altura diferente según su estado de ánimo. Una alegoría de que lo que se ve y se cuenta no siempre tiene que ajustarse a la realidad. En definitiva, homenajes de todos los tipos y para todos los gustos.
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