Sobreviviendo un día al Whatsapp en tiempos de coronavirus
Cuidado: una epidemia de bulos, remedios caseros absurdos, memes y conspiraciones se propaga por los móviles.
Primer mensaje de la mañana en migrupo de Whatsappescolar de padres:
—¿Alguien se puede quedar mañana con mi niño?
—Yo me quedo en casa. Tráelo. ¿Habéis visto que están mandando deberes por correo? —se pregunta otra.
—La lista de mi hija se ha dejado los libros en el colegio —añade una tercera—. A propósito, no comáis ajo. <strong>el coronavirus</strong>No sirve para nada contra el coronavirus. Una mujer china fue al hospital con la garganta irritada tras haber comido un kilo creyendo que era un remedio y descubrieron que tenía el virus.
—Y mal aliento —contesta un padre.
—Pero, ¿en China hay ajos? —dice otro.
Los emoticonos con risas dibujadas interrumpen un rato la conversación a la que se suman otros padres con el envío de memes: un anciano por la calle con gafas de buzo a falta de mascarilla, otro con una compresa con alitas pegada tapándole la nariz y la boca, una mujer con un traje protector hecho con bolsas de basura…
La conversación se vuelve frenética aportando remedios absurdos y desmentidos: “He escuchado a una instagramer decir que el agua a más de 26 grados mata el bicho”. “Chorrada!!!” “Un médico japonés aconseja beber cada 15 minutos para arrastrar el virus a través del cuerpo” “¿Y si te pones una aspiradora en la boca para succionarlo? Anda que…”
El timbre del Whatsapp me asalta cada pocos minutos. “Esto es un montaje. El mismo laboratorio que ha creado el coronavirusahora se forrará con la cura”, se escandaliza un amigo para el que una perturbadora conspiración siempre es mejor que la cruda realidad. “Me parece sospechoso que apenas haya casos en Rusia. No me fio de Putin”, agrega mi hijo al debate planteando lo que cree una duda razonable.
Mientras reflexiono sobre si merece la pena entrar al trapo de esta fiebre paranoica, también me pregunto cómo es posible que no se hayan saturado las redes sumando a esta crisis la histeria de la incomunicación.
“Hijo, vete a hacer la compra. Los supermercados se vacían”, advierte mi madre, a lo que mi hermana añade una foto de la falta de papel higiénico en una gran superficie seguida de este comentario: “Lo esencial es no morir con el culo sucio”. Opto por silenciar el móvil. Inútil. Una llamada. Mi pareja: “Te he enviado un mensaje. ¿No lo has visto? Compra fruta para la cena”. “¿Y papel higiénico?”, sugiero. “¿Eh? No, de eso hay…”.
Me conecto otra vez: 42 mensajes nuevos, la mayoría del grupo de padres: “Hacer enjuagues con una solución salina es una idiotez”. “La distancia de seguridad son ocho metros”. “¿De dónde ha salido que tomar el sol previene el contagio?”. “Hijo, lávate mucho las manos”, esa era otra vez mi madre.
Si estos días virales se cobrara un céntimo por cada mensaje, Whatsapp dominaría el mundo.