Cruasán con mantequilla, por Zoé Valdés

Cruasán con mantequilla, por Zoé Valdés
Cruasán con mantequilla, por Zoé Valdés

Escribo estas palabras mientras mordisqueo con gusto un cruasán con mantequilla, lo sé, engorda, pero es ¡tan rico! Siempre fui flaca, requeteflaca, o sea más para allá de lo flaca; pero un día empecé a cogerle gusto a la comida, porque a mí antes no me gustaba la comida, o sea la comida obligada que hay que comerse en Cuba, que no es comida, es bazofia, pero eso es lo que trajo el barco y no hay más. Una vez en París supe lo que era comer de verdad, me moría por una tarta al limón, sucumbía ante un pollo asado o ante un puñado de trufa de chocolates, como Cleopatra ante el miembro enhiesto y viril de Marco Antonio, supongamos. Y ahora me gusta comer, y engordé, y tengo más culo que antes, porque nalgas siempre tuve, aún de esquelética, y ahora por fin luzco tetas, y una barriguita a lo modelo de Rubens que mi dinero me ha costado. Por suerte, no me puse cuadrada de cintura, porque estrecha de cintura siempre he sido. El problema son las tallas, no yo, siempre me digo, y los fabricantes, que las reducen cada vez más. Allá ellos con su condena. Yo me gusto como estoy, me siento bien, y hasta me toco mejor, porque cuando me toco palpo masita dura, no fofa, y además, dice mi marido, que ya no hinco como antes, cuando era un saco de quesería. Soy masa dura, porque eso sí, hago ejercicios, camino no, zancajeo todo París de una punta a la otra, y subo y bajo escaleras en los metros, eso es un ejercicio diario muy apropiado, además, se conoce gente, como dirían los argentinos.

Hace poco mi marido me hizo unas fotos desnuda, yo estaba un poco reacia al inicio, porque siempre fui tan delgada, y me daba miedo salir con esos bultitos por ahí y por acá. La verdad es que me agradó verme tal como estoy, envueltica en carne, con esos pezones grandes y rosados de haberle dado de mamar a mi hija, hace ya trece años, y mis muslos que dibujan una raya, y no un hueco en el vacío, y la entrada del trasero, encima dos hoyuelos, y la cadera empinada, que ya no es más esos huesos en los que se podían colgar una pata de jamón a cada lado. Ahora la jamona soy yo, y así me encanto.

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