La sublime historia de Dior en imágenes
No es una mera recopilación de instantáneas. "Dior Images: Paolo Roversi" –el último libro de la Maison, editado por Rizzoli– narra los 70 años de vida de la firma a través de la lente de uno de sus fotógrafos más allegados. Puntada a puntada, foto a foto.

Podríamos repetir hasta hartarnos que la fotografía es testimonial, garantiza que algo existió. Y basta abrir una revista de moda para ver cuán equivocados estamos. Todo es condicional, las imágenes oscilan entre el 'podría haber pasado' y el 'si pasó pudo ser así'. Gracias a la moda, la foto se ha liberado de la pretensión de probar que algo fue», escribía Emanuele Coccia en la revista "Purple". A él, filósofo de la imagen y la imaginación, ha encargado Dior el prefacio de este volumen.

Un retrato de las creaciones de costura de la casa vistas por Paolo Roversi, dice la reseña. Pero también el relato visual de la historia de la Maison y el fotógrafo. Una historia verídica que se extiende 40 años en el tiempo y 168 páginas en este tomo. Pero cuyas pruebas (gráficas) son una fantasía, orquestadas no para documentar un hecho, un vestido o una colección, sino una belleza "suspendida en un tiempo y un espacio inenarrables", dice Roversi. "Podría haberse diseñado la semana pasada", dice Roversi. Es la idea: "la fotografía no es una reproducción, es una revelación», defiende. Arte. "El diseñador compone la música. El fotógrafo la interpreta, toca los instrumentos". Él lleva cuatro décadas tocando la partitura de Dior. El resultado es la melodía de perfecta cadencia que se compone entre la tela y la luz. ¿Y la modelo? "Es otra intérprete. Una buena maniquí no es solo una cara bonita, tiene carisma. Está cortada con el mismo patrón que una actriz o una bailarina", dice.

Impactantes pero nunca forzadas, sus imágenes no juegan con posturas imposibles; muestran una belleza que impacta por su naturalidad. Roversi rechaza la pompa y el artificio, la sexualidad evidente y la violencia. Odia la vulgaridad y la sensualidad facilona. Incluso los desnudos muestran cierta restricción; son delicados. "Se trata de ahondar, llegar a un nivel oculto y sacar a la luz algo único pero no extravagante", explica. Por eso trabaja en estudio. "Necesito conseguir reciprocidad. Casi una confesión. En un espacio pequeño es más fácil. Una fotografía de moda es un retrato. De hecho, es un retrato doble: de la mujer y del vestido. Esa es la definición, 'voilá!'", dice con el acento francés de un parisino por adopción.

El italiano descubrió la fotografía en España, en unas vacaciones familiares en 1964. Pero fue en París donde se cruzó con la moda. "Fue un flechazo. Toda esa elegancia, la sofisticación, la percepción del sueño, la imaginación 'débridée'", cuenta. Era el lugar perfecto en el momento perfecto. No tardó en ocupar una vacante como ayudante de Lawrence Sackmann. Helmut Newton le rechazó porque estaba sobrecualificado y Guy Bourdin porque era libra y era un signo, decía, que le traía mala suerte. Tras nueve meses, tiempo récord a las órdenes de un fotógrafo prusiano al que los asistentes apenas le duraban una semana, empezó por su cuenta. "Sackmann era militar, pero me enseñó creatividad. Decía que el trípode y la cámara han de estar fijos, pero los ojos y la mente deben ser libres", recuerda.

Han pasado 45 años desde que el italiano aterrizó en la ciudad de la luz y empezó a fotografiar las creaciones de Kawakubo, Azzedine Alaïa, Romeo Gigli, Yamamoto y Christian Dior. "Todo lo que se de moda, se lo debo a París", apunta. Su carrera eclosionó, precisamente, con una campaña para Dior publicada en 1980, el mismo año en el que empezó a usar el formato Polaroid que ya es su sello. Pero durante todo ese tiempo, y a lo largo de todo este libro, hay un hilo conductor: su sensibilidad para capturar la belleza y la feminidad como nociones.
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