Cómo llevar a la práctica con éxito el balletcore, la tendencia que eleva a la bailarina como la musa definitiva del invierno

Desde que arrancó el otoño se han sucedido una serie de estéticas rompedoras que han apuntado alto para marcar el armario en distintas direcciones. Por un lado hemos descubierto las infinitas posibilidades del look motero, animado por el giro nostálgico de las pasarelas que miraban hacia la década de los años 2000 y convertían la cazadora de cuero en el nuevo referente incontestable. Un movimiento que Rosalía y su apología de las ‘motomamis’ ha llegado incluso a codificar con un manual de uso propio que ha calado rápidamente en el street style.

También ha habido un repunte del giro masculino, definido como ‘tomboy’ que han ejemplificado entre otras Sara Carbonero y sus trajes oversize de chaqueta combinados con abrigos de acabados sartoriales impecables. Dos corrientes que apuestan por la confianza y el empoderamiento pero que ahora conviven con una más femenina y delicada. Hablamos del balletcore, la adquisición más reciente glorificada por las redes sociales y, en especial TikTok, el termómetro que estos días parece marcar muchas de las tendencias que se viralizan a golpe de click.

Aunque se parta de una clara inspiración prestada de las bailarinas de ballet clásico eso no significa que haya que apresurarse a comprar tutús y emular al famoso vestido que llevaba Carrie Bradshawen la cabecera de Sexo en Nueva York sin más. Requiere una interiorización que lo aleje del simple disfraz.

Solo en las redes sociales, el balletcore está inundando nuestros feeds. Pinterest revelaba que el volumen de búsquedas de este término ha aumentado un 1.566 %, y que el hashtag #balletcore ya acumula más de seis millones de visitas en TikTok.

Encarnando la hiperfeminidad, el balletcore recoge en esencia los colores, las telas, las texturas y los detalles del atuendo para llevarlos a una actitud urbana y contemporánea. Muchos han visto esta tendencia como una progresión natural del espacio deportivo a través de su combinación de materiales y formas con matices elegantes.

Como todas las tendencias, el balletcore se puede reinventar de muchas maneras. La primera hoja de ruta la perfiló Miuccia Prada con el desfile de otoño/invierno 2022-23 de Miu Miu, dirigiendo las miradas de todo su público a los pies de las modelos, con calzas altas de lana y manoletinas planas. Una reminiscencia de la formación juvenil en ballet que recibió la diseñadora y que han calado tanto que incluso Rosalía ya se ha retratado llevando un par.

Pero como sucede con todas las tendencias de la moda, los orígenes del balletcore se remontan mucho más allá de los inicios de TikTok. Gabrielle Chanel, en la década de 1930, elaboró vestidos de tul inspirados en la producción Cotillion Ballet. En los 60, las manoletinas fueron adoptadas como una pieza básica de calzado para chicas jóvenes y modernas como Twiggy. Mirando hacia la década de 2010, Vivienne Westwood se sumergió de lleno en el mundo del ballet, creando trajes para el Ballet Estatal de Viena en 2013 en lo que fue una interpolación ecléctica del tartán con vestuario de ballet. Un giro al que ha aportado irreverencia esta temporada la británica Molly Goddard con vestidos de tonos empolvados y volantes con fruncidos.

La clave por la que se apuesta es por la comodidad y la feminidad. Dos denominadores comunes que están en prendas como las rebecas de punto, las faldas cruzadas y atadas con lazadas, los bodys elásticos y la abundancia de tul. En todos ellos hay una búsqueda deliberada de aportar movimiento y ligereza, ya sea en vestidos donde las transparencias son las protagonistas o incluso el efectismo de los flecos.

Recuperando su propio trabajo de hace años cuando elaboraron el vestuario para la película Cisne Negro en 2010, las hermanas Kate y Laura Mulleavy, artífices de Rodarte, presentaron una colección donde los rosas empolvados, los tules y los calentadores se combinan con zapatillas de ballet atadas en las pantorrillas y jerseys calados. Una evolución natural de su ángulo romántico que bebe de lo que en temporadas anteriores se ha definido como ‘cottagecore’ o ‘princesscore’ y que sin duda aporta seguridad y comfort.

Nada que ver con la corriente postpandémica que parecía haberse apoderado del armario plagándolo de minivestidos, aperturas y siluetas ceñidas al cuerpo. La conciencia actual parece dirigirse ahora hacia una elegancia consciente con matices casuales y una nostalgia declarada.