Laura Freixas: “A las mujeres cuidar nos sale muy caro”

En su autobiografía ‘A mí no me iba a pasar’, la gran escritora y pensadora feminista abre las puertas de su casa. Sin pudores, muestra su intimidad y compone una exquisita obra literaria tejida con temas considerados del ámbito femenino para, así, luchar contra la desigualdad.

'A mí no me iba a pasar', el libro de Laura Freixas
'A mí no me iba a pasar', el libro de Laura Freixas / Laura Freixas

‘Lo personal es político’ es una frase feminista de autoría colectiva, como tantas cosas en el movimiento. Mucho de ese concepto fluye en las intenciones de Laura Freixas al abrir sin tapujos su vida en su última novela, en este caso autobiográfica, ‘A mí no me iba a pasar’ (Ediciones B). En ella recuerda sus años vividos entre 1985 y 2003, sin pudores, ni tapujos, a corazón abierto como un verdadero torpedo feminista contra la desigualdad, porque la autora señala que “la desvalorización de lo femenino”, en el mundo de la cultura y, también, en la Literatura, “forma parte de la injusticia global contra las mujeres, no es ajena a la brecha salarial o a la falta de representación femenina en los puestos de poder”. Por eso, Freixas considera que “visibilizar las experiencias femeninas dándoles la máxima dignidad posible como tema literario ayuda a luchar contra la desigualdad”.

Su libro, además de permitir asomarse a su vida más íntima, para hablar de la maternidad y del matrimonio, más allá de los hechos, supone una reflexión teórica sobre cómo la estructura patriarcal determina hasta las relaciones más personales hasta, incluso, llegar a convertir en una eventual ‘maruja’ de lujo a una de las grandes escritoras españolas cuando apenas era una incipiente escritora que siempre había soñado con volar alto y libre porque… a ella no le iba a pasar. Más de 20 años ha necesitado Freixas para asimilar todo lo pasado, hasta reconocer por un lado la importancia de los cuidados para la sociedad y la necesidad de reivindicarlos, siempre que se hagan de forma compartida ya que “a las mujeres cuidar nos sale muy caro, acabamos con pensiones inferiores en un 40% a las de los hombres y nos condena a la dependencia económica, a la sumisión o a la pobreza, lo que es una injusticia flagrante”.

¿Por qué decidiste escribir esta autobiografía, ‘A mí no me iba a pasar’?

Fue el resultado de un proceso de reflexión sobre 20 años de mi vida y de la extrañeza que me suponía darme cuenta de que había llevado un tipo de vida que no era coherente con mi pensamiento, ni con mi proyecto vital. Quise entenderlo a través de la literatura, pero también me di cuenta que lo que me había pasado a mi era bastante común, era representativo.

En ella te expones de una manera muy íntima. ¿Te pusiste límites?

No me los puse. Parece que tiene que dar miedo y pudor confesar ciertas cosas, desde un proceso de fecundación ‘in vitro’ a las discusiones de pareja. Pero por una parte el tiempo te distancia y por otra el hecho de escribir lo convierte en el algo más impersonal. Tus vivencias se transforman en materia narrativa. Eres la dueña de esa obra, eres la protagonista, pero al mismo tiempo estás escribiendo profesionalmente un libro y te lo tomas como un personaje de ficción. Eso te da una gran tranquilidad.

¿Cuáles eran tus sueños de mujer joven y cómo te viste convertida en una ‘maruja de alto standing’, un rol convencional que siempre te había generado rechazo?

Siempre quise ser escritora y llevar una vida interesante y autónoma, pero también quería tener pareja, enamorarme y ser feliz en mi vida privada. Sin embargo, al final resultó, y me ha tomado muchos años decirlo como te lo digo ahora, que para una mujer no hay un modelo de vida autónoma y creativa y al mismo tiempo tener pareja e hijos. Querer tenerlos te va metiendo en un camino que te aleja de tu vida individual.

Y a los hombres, ¿no les pasa igual?

A los hombres no les pasa porque tienen un modelo estructural social creado para ellos. No son solo ideas o actitudes, sino desde cosas tan tontas como los horarios de los colegios y guarderías es mucho más corto que el horario laboral o los modelos de las películas que vemos, que siempre tienen que ver con las mujeres, hasta la brecha salarial. Todo te empuja a tener que elegir, si eres mujer, a o enamorarte o tener tu propia vida. Yo que me había enamorado, que quería ser feliz y tener hijos, me vi metida en esa vida que me terminó conduciendo a un papel de ‘maruja de lujo’ que no tenía nada que ver con lo que había soñado de adolescente.

Al final da la sensación de que todo se reduce a un tema: los cuidados, que se asignan como femeninos. ¿Pueden los cuidados arruinar la carrera y los sueños de la mujer?

En parte son los cuidados, pero no solo eso porque no es solo una cuestión de tiempo sino de todo un modo de vida y de un sistema valores. Hablar de la conciliación como un problema organizativo es muy reductor. Cuando cuento esa escena que me parece significativa, cuando mi madre me ofrece pagarme dinero para que pase el verano con mis padres en lugar de trabajar, porque total me van a pagar un de sueldo miseria, lo que reflejo es el mensaje que te transmite la sociedad: que las mujeres tenemos que dar prioridad a la parte emocional sobre el resto. No son cuidados estrictos que se puedan delegar, es amor, abnegación, no ser egoísta… A los hombres se les educa para ser ambiciosos, es algo positivo en su personalidad, se legitima su egoísmo masculino. En cambio se reprime en las mujeres y se nos enseña a ser altruistas. Los cuidados son una manifestación más de toda una división que no es solo de tareas materiales sino de valores, de acceso al poder y a la toma de decisiones. A las mujeres se nos da el papel de crear felicidad a nuestro alrededor, que es un rol muy bonito y tentador, pero tiene un coste.

¿Sigue conduciendo la sociedad al cumplimiento de esos roles en la actualidad?

Sí, la sociedad empuja a los hombres al rol masculino, sin duda un rol que está muy valorado y confiere una gran seguridad en uno mismo, más libertad… Todos los grandes hombres que ocupan la cima social, desde el presidente de EEUU a los grandes científicos, escritores o actores, son modelos muy idealizados, invulnerables. A las mujeres, en tanto que somos miembros de una sociedad capitalista e individualista, se nos transmite también el mismo mensaje: persigue tus sueños, lo conseguirás. Pero a nosotras, al mismo tiempo, nos machacan con otro mensaje contradictorio: que tienes que agradar, complacer, cuidar a tus padres, ser buena hija y buena madre. Nos piden cumplir con el ideal de la ‘super woman', que puedes hacer las dos cosas a la vez, pero no es verdad. Si pones a tu familia por delante, vas a sacrificar tu carrera.

En el libro muestras el desdén que tenías hacía tu madre. ¿Nos pasa a todas lo de juzgar a nuestros referentes femeninos más cercanos con una vara más dura que a los masculinos?

Sí, yo reflejo eso aunque luego muestro que no tenía razón. En nuestra infancia vemos a nuestro padre y madre como todopoderosos y maravillosos, pero luego nos damos cuanta con la madre que cosas que le atribuíamos no eran ciertas, que estaba sometida y nos ha creado mujer, un ser que también será sometido. Nos sentimos engañadas porque resulta esa persona a la que admirábamos no está a la altura de nuestras expectativas, sino que encarna esa sumisión de la mujer que no nos gusta nada. Sin embargo, con el tiempo las comprendemos y también vemos cuánto nos han ayudado y como esa sumisión era inevitable. En mi generación nuestras madres no tenían la patria potestad, necesitaban el permiso de su marido para poder viajar fuera o sacarse el carnet de conducir. ¿Cómo luchas contra eso?

En ‘A mí no me iba a pasar’ hablas de la vida de una ama de casa, la maternidad biológica y la adopción como los grandes temas centrales. Temas que han sido denostados casi como un género literario de segunda. ¿Por qué elegiste hablar de ellos?

Este libro es el fruto de toda una reflexión teórica sobre las mujeres y la literatura, algo sobre lo que publiqué mi primer libro en el año 2000. Me he dado cuenta de que las experiencias femeninas en la literatura son devaluadas por la misma regla de tres por la que todo lo femenino está minusvalorado. La cultura no escapa a la jerarquía entre los sexos. Los autores hombres a priori están más valorados que las autoras y también los temas que proponen y que tienen que ver con ellos. Darme cuenta de esto me ha permitido superar esa sensación de malestar que tienes cuando quieres escribir experiencias femeninas pero sientes, sin saber muy bien por qué, que es de segunda categoría, poco interesante o insignificante. Yo he pasado de sentir eso, a reivindicarlo porque me he dado cuenta de que es necesario.

¿Qué supone infravalorar los temas ‘femeninos’?

Esa desvalorización de lo femenino forma parte de la injusticia global contra las mujeres, de la desigualdad, no es ajeno a la brecha salarial o a la falta de representación femenina en los puestos de poder. Visibilizar las experiencias femeninas dándoles la máxima dignidad posible como tema literario ayuda a luchar contra la desigualdad. Hay una relación entre la invisibilidad artística y el hecho de que no se pague el trabajo doméstico y de cuidados. Si lo piensas es impresionante hasta que punto una experiencia tan crucial como la maternidad está ausente de la cultura. No paro de leer sobre guerras, ahora mismo estoy leyendo ‘Guerra y paz’. En cambio, el relato de un embarazo como experiencia humana no lo he leído nunca. Todo lo femenino se desprecia. Eso no es ajeno a la desvalorización económica, política y a la exclusión de la mujer en general.

En el libro hablas de tu trabajo y de cómo tu vida privada influyó en él. ¿Cómo marca ser mujer el desarrollo profesional de una persona?

Muchísimo porque el desarrollo profesional tiene mucho que ver con la aceptación y el interés por parte de quienes tienen el poder en el ámbito profesional y con los modelos que recibimos a través de la cultura. Si quiero ser escritora, mi aceptación dependerá de los lectores y lectoras, pero también en gran parte de la Real Academia, de los jurados de los premios, etc. Además, tendrá que ver con los modelos. Cuando uno es escritor tiene un modelo de genio, por ejemplo el de Camilo José Cela. En cambio si una es escritora no tiene un modelo de alguien que tuvo éxito, los que suele haber son de mujeres que han terminado mal, se han suicidado o han sido muy desgraciadas. Eso influye en la seguridad que una tiene y también en la percepción por parte de los demás. Eso dejando de la lado el tema del trabajo doméstico y de los cuidados. Nos ha vendido la moto de que los niños se cuidan solos. Solo discutimos sobre las semanas de baja por maternidad y paternidad, pero los hijos e hijas necesitan cuidados hasta la mayoría de edad. Cuantísimas mujeres trabajan a tiempo parcial para cuidar a sus hijos. Eso no se está abordando, pero afecta a las mujeres. En mi caso fui yo la que tuvo que dar un paso atrás porque por mi marido ganaba más dinero. Para la economía de la pareja suele ser más conveniente que ascienda el hombre porque suele ganar más por la brecha salarial. Cuando intentas llevar una vida igualitaria en pareja ves que la solución individual es imposible porque te mueves en unas estructuras en las que, por ejemplo, cuando el niño está enfermo llaman a la madre, no al padre. Querer tener una relación igualitaria es estarte peleando todo el rato con todo el mundo. Oponerse es muy difícil.

¿Es posible conseguir esa habitación propia de la que hablaba Virginia Woolf, cuando una está emparejada y con hijos?

Es posible, pero no es fácil. Lo que pasa es que tenemos que ser muy conscientes, no pensar ese ‘a mi no me va a pasar’, y ser tolerantes con nuestras contradicciones y nuestros fracasos porque realmente, contrariamente al mito neoliberal que nos venden, no depende solo de ti. Hay cosas que no las vamos a poder cambiar individualmente, pero sí que colectivamente sí que vamos consiguiendo cosas. No hay que culpabilizarse por no ser totalmente coherente.

Hoy hay un gran interés por publicar a autoras literarias mujeres. ¿Es real o te parece una moda?

El interés existe, aunque es un poco engañoso. Se publica a mujeres, dando prioridad a las jóvenes, pero no estoy tan segura de que se las apoye en la medida necesaria. Para que hubiera igualdad de oportunidades debería haber una reflexión en profundidad. Puede parecer que las autoras están triunfando, pero a la larga los hombres se consolidan mientras que ellas desaparecen. El interés del mundo editorial por ellas es muy superficial. Te pongo un ejemplo, yo empiezo a publicar con 30, me emparejo, intento tener hijos, no lo consigo, me someto a un tratamiento de fertilidad y a todo lo que supone. Por fin tengo una hija, luego adopto a un hijo y con todo eso pasan 10 años en los que he dejado mi carrera. A partir de ahí tengo mucho que decir de todo eso, pero no lo hago porque percibo que está desvalorizado. Empieza a haber una divergencia entre mi experiencia y la literatura, ya que mi experiencia no es considerada válida, legítima y grande literariamente. Reflexionar de todo esto me ha llevado a querer hablar de ello. Mi caso no es único, le ocurre a muchas escritoras que sienten que su experiencia vital no es digna de ser contada. Con las gafas violetas he analizado muchos libros. Por ejemplo, en su ultimo diario, ‘Estación termini’, Rosa Chacel se encuentra ante el dilema de ver cómo no la van a tomar en serio si habla de sus cosas femeninas. Eso hace que las mujeres estemos menos seguras de nosotras mismas. Y creo que el mundo literario nos mira con cierta desconfianza.

Hace poco conocimos las denuncias de acoso por parte de Plácido Domingo a mujeres en el mundo de la ópera. ¿Hay un #MeToo por descubrir en los ambientes literarios?

Estamos descubriendo una realidad de la que no se hablaba. Los hombres, no todos ellos pero si globalmente, usan el poder para obtener los favores sexuales de mujeres que no les desean. Eso se producen en todo tipo de ámbitos constantemente Por ejemplo en la prostitución. Es fenómeno global. Desde las violaciones de guerra y la prostitución, al acoso sexual en el trabajo. Parece que lo estamos descubriendo ahora, pero ya es hora de que las mujeres rompamos este silencio. Se trata de un fenómeno muy generalizado. En principio, yo siempre creo a las denunciantes. Yo misma he vivido ese acoso, no en ambientes literarios, pero sí en la Universidad, por ejemplo que un profesor me propusiera discutir un tema en una cena con él. Es un fenómeno global que tiene grados pero que está constantemente presente y se ceba en las mujeres más vulnerables, por cuestiones de edad, de clase, de formación…

Al revisar tu vida de 1985 a 2003, ¿cuáles son los cambios más relevantes en la sociedad?

En el 85 en España solo hacia diez años que había terminado la dictadura y todavía creíamos que bastaba que cambiaran las leyes para que cambiara la realidad. Luego se nos cayó la venda de los ojos. Hemos avanzado mucho en conciencia y en políticas contra la violencia de género, la sexual y en políticas, pero nos queda mucho para resolverlo. En la cultura creamos asociaciones como Clásicas y Modernas [https://www.clasicasymodernas.org], CIMA [https://cimamujerescineastas.es], etc para conseguir la igualdad. Hay un proyecto como sociedad y la conciencia de la desigualdad existe, pero falta que se haga realidad. No es tiempo lo que se necesita. La historia no avanza por si sola, es una cuestión de activismo y militancia, de actuación. Y hay mucha reacción y contraofensiva machista. Eso es evidente.

Una contraofensiva machista en auge…

Sí, porque la igualdad está avanzando. En esta batalla hay momentos de calma, como los años 90, en los que muchas mujeres creíamos en el espejismo de la igualdad, yo misma, y luego hay momentos en que la lucha es más aguda, como ahora. Pero eso significa que estamos avanzando. Tenemos que estar en guardia, no podemos dormirnos en los laureles. Siempre recuerdo una frase de Celia Amorós: el patriarcado se reinventa constantemente. En nuevas formas permitidas por la tecnología, como los vientres de alquiler, o en los nuevos discursos neoliberales como el de la libertad de elección y que la prostitución es una forma de empoderamiento de la mujer. Por tanto, el feminismo también tiene que reinventarse.

¿Qué te gustaría que tuvieran en cuenta tu hija o las mujeres jóvenes que lean tu libro?

Me gustaría que mi hija, mi hijo y las mujeres y los hombres que leyeran mi libro entendieran sobre todo que el rol tradicional femenino tiene mucho de bueno. A lo mejor te sorprende que diga esto, pero es que yo creía que la liberación y la igualdad, el ideal, era aplicar a las mujeres los mismos valores y modelos que encarnaban los hombres. Ahora me doy cuenta de que el rol femenino tradicional tiene muchas cosas agradables, positivas, valiosas y socialmente necesarias. Lo cual no quiere decir que yo crea que sea consustancial a las mujeres, ni es justo que lo hagan ellas solas. Debería de ser algo compartido porque a las mujeres cuidar nos sale muy caro, acabamos con pensiones inferiores en un 40% a las de los hombres y nos condena a la dependencia económica, a la sumisión o a la pobreza, lo que es una injusticia flagrante.

¿Qué da ese mundo de los cuidados?

Te hace mejor en el sentido de que da más empatía y te hace más humana, pero hay que tener en cuenta que si te quedas en eso te limita y terminas siendo una persona atemorizada, con una vida muy limitada, siempre en el mismo espacio, sin visión panorámica del mundo. Terminas siendo sumisa porque te vuelves cobarde, estrecha de miras… A mí me desmontó lo mucho que me gustó cuidar a un bebé o crear un buen ambiente a mi alrededor. Yo no quería vivir como mi marido, siempre compitiendo, en viajes de negocios, pero no había previsto todo eso y me desorientó. Ahora creo que los cuidados y la búsqueda de la felicidad son valores personales, muy importantes, aunque veo injusto que los encarnen solo las mujeres. Los hombres deberían de compartirlo, tanto la parte positiva como la negativa, porque cuidar es muy pesado y cansado. No comparto la idolatría de la maternidad, pero el de los cuidados es un tema fundamental sobre el que tenemos que pensar y reflexionar mucho. Hay que dejar de verlos únicamente como una carga, sino también como algo positivo y que se disfruta. Las feministas de mi generación lo marginamos, no nos dimos cuenta de que era algo tan importante.

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