Mad Cool: Liam Gallagher y Red Hot Chili Peppers no han cambiado (para bien y para mal)

Eran las 20.30 del sábado y Muchachito Bombo Infierno, por sorpresa (no estaba en el cartel oficial) dejaba sonar aquel 'Siempre que quiera' (más conocido como 'Ojalá no te hubiera conocido nunca') en un stand de Vibra Mahou enloquecido, bajo farolillos de verbena. Nos recordaba así que el festival Mad Cool donde trancurría no es solo una colección de conciertos programados con cabezas de cartel internacionales, sino una gran fiesta donde uno puede refrescarse en un secamanos gigante, maquillarse en clave Euphoria (en el stand de Tezenis o Disney), subir al cielo en noria (un clásico, 4 euros), cenar de Goiko, recostarse en un campo de césped artificial mullido o probar puntería baloncestística en honor de Johnny Walker. La música importa, claro, pero no es lo único, como bien saben los numerosos asistentes británicos, franceses e italianos cubiertos de purpurina que pululaban por el recinto de Villaverde Alto.

Tras una primera jornada en la que Machine Gun Kelly, Lizzo o Robbie Williams brillaron, y una segunda con un Sam Smith turgente e inmenso, el sábado fue el turno de la nostalgia (y, también, de las cifras, con un Mad Cool al completo, todas las entradas vendidas y, sí, algo masificado, lo que se notó en colas para el servicio y los food trucks). Tres de los cabezas de cartel —Red Hot Chilli Peppers, Prodigy, Liam Gallager— nos invitaron a un viaje en el tiempo de diferentes alturas.

Liam Gallaghter , el 'hermano malo' de Oasis, hizo honor a su apodo saludando al público con un "bastardos" en español para después cruzar las manos por la espalda, parapetarse tras la capucha de su chubasquero oscuro —pese a las altas temperaturas—y cantar hacia arriba (le gusta poner el micrófono alto) para demostrar que, en lo que respecta a él, las cosas no han cambiado mucho desde los 90, cuando protagonizaba sonadas peleas con su hermano Noel y despachaba himnos de la talla de 'Wonderwall'. Precisamente fue este el que sonó para despedirse por todo lo alto de un concierto que sonó bien, 'arañoso' e importante, y que hizo sonreir a muchos de los asistentes al reencontrarse con este tema o 'Morning glory' (sobre el escenario, en cambio, ni media sonrisa. Circunspección, como no podía ser de otra manera).

Lo mismo pasó con Red Hot Chili Peppers, donde su 'frontman', Anthony Kiedis, a sus 60 años, presumió de voz joven, pelazo de niño, bigote hipster y bíceps curtidos (que no enseñó hasta el final, cuando al fin se desprendió de su camiseta de rejilla blanca), pero que pareció preferir mantenerse en un inesperado segundo plano (¿tuvo algo que ver la férula que lucía en una pierna?). En su lugar, fue el bajista, Flea, cuya popularidad ha crecido entre los seriéfilos raiz de su participación en 'Juego de tronos', quien acaparó pantallas, a las que apuntaba con su cresta platino como un toro. Entró en el escenario haciendo el pino, exhibió carne y músculo desde los primeros acordes —impresionante el comienzo con la guitarra de John Frusciante, de nuevo en la banda, dando la réplica— y no dejó de enseñar los dientes brillantes. Sonaron, poderosas, los hits de 'Californication' y varios temas de sus últimos álbumes, 'Unlimited Love' y 'Return of the dream cantee'. Un show consistente aunque frío para quienes acusaron la ausencia de temas como 'Under the bridge', 'Dani California' o 'Scar Tissue' (no, no sonaron).

Quedaba por ver si la cantante británico-tamil M.I.A, una de las primeras en apostar por la fusión musical étnica-urbana, mantenía su originalidad en un universo que ha seguido sus pasos en revolver estilos, con nombres que han logrado superarla en popularidad, como la misma Rosalía, y nuevas divas. Todavía no ha introducido el 'twerking' en sus espectáculos, pero sí un potente cuerpo de baile que suple la presencia de músicos. Resultó elegante y empoderada.

Jamie xx atrajo, por su parte, a los amantes de una electrónica delicada y mística, mientras que Prodigy hacía lo que ha hecho durante décadas como nadie: hacer saltar auditorios con descargas de decibelios e himnos incontestables y frenéticos. Macarrería fina. Y divertida.

Y vuelta a casa... complicada

Las vueltas a casa de los festivales suelen ser largas, incómodas y tediosas, como han confirmado las citas de este último año en Madrid. Los que optaron por el transporte público (que se mantuvo abierto hasta las 4.00 por el festival, algo reseñable y de agradecer) tuvieran que esperar colas de tres cuartos de hora para acceder a los vagones, después de caminar los 20 minutos que separaban la estación del festival. No hubo sustos por ello: ¿quién dijo que fuera a ser fácil?