Los mensajes ocultos de Dirty Dancing que no pillaste en su momento

Dirty Dancing nunca fue una comedia romántica. Solo lo parecía.

IMDb

¿Amor? ¿Sexo? ¿Baile? Ah, queridas amigas, ni de broma. Seguramente, cuando viste por primera vez Dirty Dancing pensaste que la cosa iba del romance entre una adolescente pija y un rudo y apasionado profesor de baile, en un idílico hotel de vacaciones durante los años 60. Pero ahora que la historia de amor entre Baby y Johnny cumple 30 años y vuelve a nuestras vidas en forma de serie (en MTV España, desde el 21 de junio) y musical, es hora de afrontar la verdad: Dirty Dancing nunca fue una comedia romántica. Solo lo parecía.

Sí, Dirty Dancing es una película sobre un amor furtivo adolescente, sobre el poder erótico del baile y sobre fiestas a las que puedes ir siempre que lleves una sandía; pero, sobre todo, es una historia feminista, una denuncia del clasismo de la sociedad y una reflexión sobre el sexo y sus consecuencias. Y tú, viéndola con un cubo de palomitas, como una ingenua.

Empecemos con las cuestiones de clase. Al igual que en la serie 'Arriba y abajo', en el resort de vacaciones Kellerman hay dos mundos paralelos: el de los adinerados huéspedes y el del personal. Y aunque se permite cierto trasvase entre ambos (el director del hotel anima a los empleados a coquetear con las turistas, por ejemplo), en última instancia cada mochuelo debe quedarse en su olivo. Robbie Gould, el camarero-niño bien, se lo deja bien claro a Baby cuando esta intenta que afronte su responsabilidad con Penny, la profesora de baile a la que Robbie ha dejado embarazada. “Hay personas que cuentan y personas que no”, le dice, y hasta le recomienda la novela 'El manantial', una exaltación del individualismo y de los derechos superiores de quienes tienen cualidades superiores. Vivan los canallas ilustrados.

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Pero Robbie no es el único que tiene claros esos límites. Penny, víctima por excelencia de este conflicto, se indigna cuando intuye el romance incipiente entre Baby y Johnny (“¿Cuántas veces me has dicho que no me mezcle con ellos?”) y hasta el final épico de la película es agridulce: por mucho Baby salte a los brazos de Johnny al son de The time of my life, con el staff del hotel convertido en cuerpo de baile y los huéspedes aplaudiendo a moco tendido, su romance tiene pinta de durar menos que los títulos de crédito.

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Dirty Dancing es también una película sobre el sexo... y sus consecuencias. Penny se ve obligada a recurrir a un aborto clandestino para el que no tiene dinero y que termina de la peor manera posible: “Ese tipo tenía un cuchillo sucio y una camilla plegable” es una frase que, sin decir nada, clama a gritos por un aborto legal, seguro y gratuito. Y hay más: la cinta nos habla de la importancia del consentimiento. ¿Cómo olvidar esa escena en que de nuevo el camarero Robbie, villano por excelencia, insulta y desprecia a una chica que ha dicho “no” a sus avances? Y, más progresista todavía, las chicas no son las únicas indefensas ante el acoso: el pobre Johnny, un guaperas en lo más bajo de la escala social, se siente obligado a practicar sexo con las clientas maduritas del hotel y no sabe que puede decir “no”... hasta que Baby le abre los ojos. Bendita Baby, por mucho que estuviera, a fin de cuentas, defendiendo su terreno.

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Dirty Dancing también es una película feminista. El tema central, en realidad, es el despertar de Baby a la vida adulta. Y no solo porque descubra el amor, el sexo y el baile. También porque se da cuenta de que su padre no es infalible. Por mucho que la quiera y le haya dado una educación liberal, él pretende que Baby ocupe un lugar concreto en el mundo, el que representa su hermana Lisa: bonita, coqueta, complaciente e irremediablemente boba. En una escena que es pura reafirmación personal, Baby le canta estas y otras verdades a su padre: “Sé que te he decepcionado, pero tú también me has decepcionado a mí”, le dice haciéndole ver su hipocresía... y, de paso, amargándole al pobre doctor Houseman sus primeras vacaciones en seis años.

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En última instancia, ni siquiera importa que el romance entre Johnny y Baby sea flor de un verano, porque esta película no va (solo) de eso. Dirty Dancing trata del despertar a la complejidad de la vida de una jovencita ingenua que descubre que, para salvar el mundo, no tiene por qué viajar al tercer mundo: las desigualdades, la injusticia, los conflictos... están a las puertas de su casa, si es lo bastante valiente como para abrir los ojos ante ellas.

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