Síntomas de ansiedad: presión en el pecho y lo que revela que estás sufriendo un ataque
Un 6% de la población padece ansiedad de forma problemática, y las personas que sufren síntomas han aumentado en un 20% desde que estalló la pandemia. ¿Es tu caso? Te damos todas las pistas para que lo averigües… y aprendas a manejarla.
Los ataques de ansiedad generan angustia, sensación de pérdida de control y algunos de estos síntomas fisiológicos: palpitaciones, sensación de ahogo, visión borrosa, presión en el pecho, temblor, sudores, debilidad, estómago revuelto, hiperventilación, oídos que pitan, boca seca… Pero ¿cómo podemos saber con seguridad que lo que estamos sufriendo es una crisis ansiosa? ¿Cómo diferenciamos estos síntomas de los de otras dolencias, como el tan temido infarto? Tranquila, es posible.
La ansiedad es una emoción adaptativa. Aparece para dar respuesta a una situación de incertidumbre, en la que nos jugamos algo (al igual que el miedo lo hace en una situación de peligro, para que nos pongamos a salvo) y, en ese sentido, es completamente normal y cotidiana. “Si tenemos que hablar en público, afrontar un examen, hablar con la persona que nos gusta… es normal sentir ansiedad. Es una emoción que nos activa, nos pone en alerta y nos ayuda a concentrarnos para lograr nuestro objetivo. Y funciona a distintos niveles: cognitivo, emocional, conductual, fisiológico”, dice Antonio Cano, catedrático de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid y expresidente de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS)
Pero esta emoción se vuelve problemática cuando se dispara de forma incontrolada y ya no sirve a un propósito. Se convierte entonces en un ataque de ansiedad o de pánico. “Quien tiene un ataque de ansiedad siente que pierde el control, y eso le crea una angustia terrible. La sensación aumenta muy rápido y la persona cree que es algo más grave: que le va a dar un infarto, que está perdiendo la razón, que se va a marear o a caer…”, dice Cano. Los síntomas fisiológicos (palpitaciones, respiración rápida, dolor de pecho…) varían de una persona a otra.
Además, la persona que sufre crisis de ansiedad entra en un círculo vicioso: le da miedo sufrir otro ataque, y ese temor hace que la crisis sea más probable; cuando los síntomas empiezan, se asusta más, con lo que los exacerba más aún. “La ansiedad es inocua -dice Antonio Cano-, pero cuanto más te asusta sentirla, más la sentirás. Ese bucle incrementa las sensaciones fisiológicas, y al aumentar esas sensaciones, te da más miedo aún la pérdida de control, el pensar que te estás volviendo loco o que es un ataque cardiaco”.
Uno de los mayores temores de quienes padecen estos ataques es, precisamente, el infarto. Pero no es probable confundir un infarto con una crisis de ansiedad. “Para empezar, con un ataque de ansiedad te da tiempo a ir a urgencias; con un infarto, no. Y luego están los factores de riesgo: hipertensión arterial, colesterol, obesidad, diabetes, tabaquismo, sedentarismo, edad madura, dieta rica en grasas, pobre en verduras… Si no los tienes, va a ser ansiedad, que se da más en jóvenes, mujeres y personas con estrés”.
Una crisis de ansiedad puede recibir otros nombres: ataque de pánico, crisis de angustia… Se trata de las mismas emociones. También hay otros conceptos que tienen relación con la ansiedad, como el estrés o las fobias. “El estrés es lo que demanda el ambiente; cuando tienes que hacer muchas cosas, se activa. Y la ansiedad es el miedo a no poder hacerlas”. ¿Y las fobias? “Las fobias, por ejemplo a animales inofensivos, o a volar, o incluso las fobias sociales, son trastornos de ansiedad”.
Porque hay una diferencia, como hemos dicho, entre ansiedad y trastorno de ansiedad (es decir, entre ansiedad normal y ansiedad-problema). Se convierte en un trastorno cuando tenemos un ataque de pánico al menos una vez al mes, y cuando esta circunstancia afecta directamente a nuestra vida (por ejemplo: dejamos de hacer cosas porque tememos que disparen una nueva crisis). Y hay personas más proclives a este trastorno: mujeres y personas perfeccionistas o autoexigentes.
“No puedes controlar la ansiedad -aclara el psicólogo-, pero sí manejarla”. Y para gestionarla hay dos claves: informarse y entrenarse. Al informarnos sobre cómo funciona la ansiedad somos conscientes de lo que nos pasa: reconocemos los síntomas, sabemos que no nos vamos a morir y podemos reducir la importancia que les damos, con lo que no se produce el círculo vicioso de la ansiedad. “El entrenamiento, por su parte, se centra en el manejo de las interpretaciones y de la atención -dice Antonio Cano-. En ser capaces de centrarnos en algo que no sean nuestras emociones, para no agudizarlas”. Si no lo conseguimos por nosotros mismos, puede ser recomendable acudir a un profesional.
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