El erotismo del vino

Ver a una chica sentada en la mesa de un restaurante eligiendo una botella de la carta de vinos, tomando una copa o describiendo el sabor en boca de un cabernet sauvignon puede derretir a un hombre. Como Carrie con su chardonnay en “Sexo en Nueva York”; o Sandra Oh con su pinot noir en “Entre copas”, una película que redescubre el poder de seducción, casi erótico, del vino.

«No sabéis lo que se liga siendo sumiller», confiesa Meritxell Falgueras, coodinadora de comunicación de la Asociación de Sumilleres de Cataluña. «Poder explicar a un hombre el aroma de un vino debilita su racionalidad.» Quizá porque, hasta hace poco, resultaba extraño ver a una mujer al frente de la bodega de un restaurante. «Algunos todavía hoy piden que llame a mi jefe. Piensan que siendo mujer y joven sólo puedo ser la segunda», admite Judith Cercós, del restaurante Caelis, reconocido con una estrella Michelin.

Lo cierto es que ser sumiller está de moda. Los cursos de cata de vino se llenan de mujeres. «Cuando yo empecé a trabajar en La Terraza, hace siete años, veía una mesa de cuatro señoras y decía “blanco afrutado o rosado, me apuesto lo que quieras”. Hoy, las mujeres pueden sorprenderte y pedir un vino de Chile, por ejemplo», nos cuenta María José Huertas, de La Terraza del Casino. «Incluso cuando son ellos los que piden, prefieren que ellas lo prueben.» En otras palabras, nosotras somos las que damos el visto bueno.

Pero no nos engañemos: son los jóvenes los únicos que se atreven a probar nuevos sabores. «La gente mayor ya tiene acostumbrado el paladar y, aunque yo les diga que hoy los vinos del Priorato son maravillosos, muchos hombres se quedan con el Rioja.»

El secreto para acertar en la elección: dejarse aconsejar. Cada vino tiene un momento. ¿La mejor compañía? Los amigos, tu pareja… o un buen libro. Un reserva no sólo es romántico. También puede ser terapéutico. Meritxell recuerda que «los románticos lo utilizaban como antidepresivo; y los romanos para ir a la guerra». ¿Nosotras? Para seducir, of course. Y, en ese sentido, «los vinos masculinos nunca fallan», apunta Meritxell.

Porque, aunque los tiempos cambien, hay cosas que nunca lo hacen y el vino, como el resto de la sociedad, sigue dividido en dos: femeninos (más suaves, sutiles y aromáticos) y masculinos (rudos y corpulentos).