Dior, Peter Marino, y la tienda que nadie quiere perderse en París

Como la colmena en perpetua efervescencia con la que lo comparó Monsieur Dior en su día, el 30 de Avenue Montaigne vuelve a palpitar. Más que una tienda, es «un escenario donde muchas historias pueden suceder», nos dice el arquitecto Peter Marino.

Dior 30 Avenue Montaigne

La escalera central, con la obra Rose II de la artista Isa Genzken.

/ Kristen Pelou / Isa Genzken / VG Bild-Kunst, Bonn. Cortesía de la artista, David Zwirner y Galerie Daniel Buchholz, Colonia.

Orgullosamente izado en el que se ha convertido en el esquinazo más fotografiado de París, el flamante 30 de Avenue Montaigne es un desafío a lo ubicuo del e-commerce. No es tan inmediato ni tan conveniente. Pero hacer scroll en una pantalla tampoco se compara a sentarse un sillón Luis XVI y sorber una copa de champán mientras por tus manos circulan Lady Dior de todos los colores. «Hoy una boutique de lujo tiene que tratar de experiencia, alegría, inspiración. La idea era que la gente pudiera pasar el día aquí. Sentarse en el jardín, llamar a un amigo y tomar un café, quedar para comer en el restaurante sin salir del mundo Dior», nos dice Peter Marino. Lo que el arquitecto neoyorquino ha concebido no es una tienda al uso, sino un universo de 10.000 m2 que, tras más de dos años de obras, alberga un restaurante y una pastelería, tres jardines, un museo, los salones de costura y joyería, una suite privada cuyo alquiler viene con toda suerte de privilegios, y el pasado, presente y futuro de Dior. «Un espacio para la alegría, la solemnidad y el placer visual», describe su artífice. «Todo se reduce a la luz. La luz natural te hace sentir bien. Y hay pocas tiendas en el mundo con tanta como esta».

Dior 30 Avenue Montaigne

Entre sillones tapizados y la chimenea original, los zapatos se exponen casi como parte de la decoración.

/ Kristen Pelou
Dior 30 Avenue Montaigne

Uno de los espacios durante las obras, que llevaron más de dos años.

/ Nicolas Krief

Renovar el lugar en el que hace 76 años nació una de las casas de moda que más se regocija en su historia podía ser una tarea abrumadora. No para el neoyorquino, cuya lista de clientes viene a ser un directorio de las firmas de lujo que importan. «El mayor reto fue negociar la modificación del edificio». Hablamos de un hôtel particulier de 1865, construido por el Conde Walewski, hijo ilegítimo de Napoleón. Pero Marino es de los que mira hacia delante. «Quise llegar a un acuerdo entre el siglo XVIII y el XXI». Entre una instalación de vídeo de tres metros de ancho y el parquet Versalles. «Que fuera la boutique original me influyó. Quería incluir la iconografía que tanto amaba Dior. No borrar la memoria de lo que había aquí originalmente». La chimenea que preside la sección de zapatos de mujer es la original. El idiosincrático toile de Jouy (estampado pastoril de tapicerías) se cuela hasta en los probadores. «Y es difícil para un arquitecto moderno usar toile de Jouy», matiza Marino. Los motivos de la entrada se inspiran en los patrones de la costura. Y tampoco falta el cannage.

Dior 30 Avenue Montaigne

La escalera central, con la obra Rose II de la artista Isa Genzken.

/ Kristen Pelou / Isa Genzken / VG Bild-Kunst, Bonn. Cortesía de la artista, David Zwirner y Galerie Daniel Buchholz, Colonia.
Dior 30 Avenue Montaigne

Las escaleras, que hacen las veces de columna vertebral del museo anexo, durante las obras.

/ Nicolas Krief

Pero, sobre todo, están las flores. «Mientras indagaba en los archivos de la maison encontré fotos del jardín de Christian Dior en Granville, colmado de rosas y hortensias... que también son mis favoritas. En mi casa de campo tengo un vergel con más de dos mil. Esa pasión en común inspiró los dos jardines de invierno en el corazón de la nueva boutique. Me imagino a menudo esa escena idílica de una mujer atravesando una rosaleda para alcanzar el bolso de sus sueños», relata Marino. El paisajista Peter Wirtz materializó su visión en espacios vivos que «como las colecciones, se transformarán cada temporada». Y el tema sigue, entre las obras de arte que puntúan cada rincón, con la videoinstalación de Jennifer Steinkamp y la enorme rosa que se comisionó a Isa Genzken para "trepar" por la gran escalera central. «En estos tiempos difíciles veo esencial que mi trabajo haga sonreír a la gente y refleje la luz de la casa Dior. Al fin y al cabo, fue él quien, en 1947, tras la guerra, tuvo la idea de volver a poner flores en los vestidos».

Dior 30 Avenue Montaigne

Del toile de Jouy a las flores que siempre acompañaban al modisto, «usar estos códigos nos acerca a Monsieur Dior. Tal vez no funcione en otro lugar, pero sí en París», dice Marino de su visión para 30 Montaigne.

 

/ Kristen Pelou
Dior 30 Avenue Montaigne
Dior 30 Avenue Montaigne / Kristen Pelou

Síguele la pista

  • Lo último