La extraordinaria historia del chándal de Rosalía del vídeo 'Con Altura'
¿Qué se esconde detrás del chándal que luce Rosalía en su vídeo 'Con altura' y en los conciertos de Mawazine y Coachela?
La industria del lujo es sabia y tiene siete vidas. Su última operación maestra ha sido apropiarse de sus "customizadores" y convertir a esos piratas del lujo en artistas que firman sus 'fakes' y defienden su trabajo como una “recontextualización” o “customización” del logo, digamos, de Louis Vuitton.
En el festival Mawazine de Marruecos, sobre el escenario de Coachella y en el vídeo de su canción 'Con Altura', la cantante apareció con dos conjuntos hechos con toallas playeras de la 'maison' de lujo francesa. Uno en rosa, otro en marrón, pero los dos bien cargados de logos dorados de Louis Vuitton en tamaño gigante. En la nota que se distribuyó a la prensa se precisaba que los looks de la cantante eran obra de Etai Droni. Pero para sus millones de seguidores Rosalía llevaba un chandal de Vuitton, una marca clásica que ahora está en lo más alto del santoral aspiracional de los adolescentes. Millenials y post millenials, que según los cálculos de los analistas, supondrán el 45% del mercado del lujo en 2035.
Fue el propio Etai Droni quien desveló en Instagram el género toallero del estilismo de Rosalía y quien ha defendido en varias publicaciones que él no falsifica porque sus prendas están hechas con artículos auténticos de la casa. Después de todo, ¿dónde está escrito que una toalla playera no pueda convertirse en un chándal de lujo?
Es cierto que no hablamos de copias vulgares. Descontextualizar, estirar y reinterpretar los códigos de las grandes firmas, imaginar colaboraciones improbables (de momento) entre marcas, exagerar logos y colocarlos bien a la vista, allí donde el buen gusto que se le presupone al lujo aconsejaría discreta contención. Todas esas prácticas marcan una tendencia que algunos llaman pirateo urbano muy conectada con las estrellas del hip hop y que ha llenado de ironía y sarcasmo el estirado universo del lujo clásico. Y diríamos que es una tendencia emergente si no fuera porque grandes como Gucci han decidido aplicar el refrán de ‘si no puedes con tu enemigo únete a él’, o quizás sea que los grandes de verdad no se sienten amenazados y les divierte que alguien venga a refrescarles la mirada, y de paso coloque su logo en las narices de los más jóvenes como un inalcanzable objeto de deseo.
“Dile que eso no es Gucci, (No) que ese tigre está Bizco (Haha) /Él baja con las Clarks, yo bajo con la ’Hermés”. Así rapean Arcangel y Bad Bunny en la canción Original. Y en este contexto urbano y callejero de logomanía, parece ser que lo 'customizado' se acepta con normalidad. Lo que serviría para explicar que estrellas como Beyonce, Jay Z o la propia Rosalía, que podrían permitirse el original, opten por la versión alterada de la prenda, que además es única, difícil de conseguir y aporta un discurso irónico y de venganza de clase. El peor pecado en 2019 es ser obvio y literal.
Artistas del pirateo urbano como Etai Drori (@etai), Imran Moosvi (@Imran_Potato), Trevor Andrew (@therealbuy), creador de Guccighost, ó @tsuwoop_ empezaron haciéndose prendas para ellos mismos que no existían en el mercado o que no se podían permitir pero lejos de imitar el original decidieron saltarse todas las normas e imaginar un nuevo universo o un discurso más transgresor para la marca de lujo. La primera creación de Imram Moosvi fueron las zapatillas que resultarían de una improbable colaboración entre las marcas Air Force One y Gucci. Sus colecciones son limitadas y entran en esa categoría de pequeñas ediciones que ahora se llaman drop (quizás porque caen a cuenta gotas) y por las que matan las estrellas del trap y los hiphoperos de toda la vida. Como casi todos mezcla piezas auténticas con otras fusiladas pero el resultado vale un dinero.
El grafitero Trevor Andrew llevaba años estampando el logo de Gucci en todo tipo de artículos. “Puedes no tener dinero pero si coges una chaqueta vieja y le pintas el logo de Gucci te sientes rico” . Esa capacidad de crear fantasías era lo que le fascinaba de la marca. Esperaba que en cualquier momento le cayera una demanda de la casa italiana pero lo que le cayó fue un contrato bien pagado para hacer una colaboración. Quizás sea Alessandro Michele el que, entre todos los directores creativos de las grandes casas de moda, haya demostrado tener más cintura para autoparodiarse. No en vano estudió Filosofía.
Michele le puso un piso (literalmente) al inventor del pirateo urbano: un sastre de Harlem, Dapper Dan, que en los 80 se apropió de los logos de las grandes firmas de lujo y los transfirió a la aristocracia del hip-hop, convirtiéndolos de paso, en un símbolo Made in Harlem, del deseado ascensor social. Daniel Day (su verdadero nombre) imprimía los logos más lujosos, incluido el de Gucci, y los estampaba en prendas y accesorios que luego vendía en su boutique de Harlem a estrellas como Jay-Z o Salma Hayek y también a algún gangster del barrio. En 1992 tuvo que echar el cierre porque no podía con las demandas del mundo del lujo (también Gucci lo denunció). Sin embargo, el verano pasado, 25 años después, Dapper volvió de la mano de Michele con una colección cápsula y un atelier de 400 metros cuadrados en Harlem donde el sastre de 75 años sigue copiando a Gucci pero ahora amparado por la legalidad.
Los piratas ya no son lo que eran. Por eso si alguien estaba imaginando teorías de la conspiración detrás del chándal apócrifo de Rosalía en Coachella ya puede dedicarse a otra cosa. Michael Burke, CEO de Louis Vuitton, reconoció al diario de que estas prácticas suponían <strong>“un pequeño fallo en el sistema”</strong>.The Wall Street Journal que estas prácticas suponían “un pequeño fallo en el sistema”.
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