Eugenia Silva
Posa con una facilidad que impone. Contesta con frases cortas que solo alarga cuando algo le indigna. Prefiere que la llamen maniquí a top model y, por supuesto, no quiere que le toquen a Ray Loriga. Es lista como el hambre. Nos gusta.

Dice Eugenia que su éxito es producto de la suerte. Cuando empezó su carrera, hace catorce años, imperaba la modelo grunge, un look que nada tiene que ver con su porte elegante y hasta un punto cursi. Pero Nati Abascal se fijó en ella y se lo comunicó a su amigo Oscar de la Renta. Oscar, por su parte, la acogió bajo su protección facilitándole el visado estadounidense. Al poco tiempo, Carolina Herrera quedó prendada de su belleza y la adoptó como imagen. En un suspiro, le presentaron a una prestigiosa directora de una revista norteamericana y ésta, a su vez, la puso en contacto con el fotógrafo Steven Meisel, que le otorgó el estatus de top al contar con ella para algunas de las más importantes portadas internacionales. Es difícil creer que todos esos encuentros fueran casualidades, aunque la modelo así lo asegure. Por eso durante esta entrevista la observamos con lupa hasta llegar a una conclusión: el secreto de Eugenia, lo que la hace realmente especial, es su capacidad para descolocarnos. Por momentos, es lo que parece, y en otros, no lo es. Y eso, sin duda, debe entusiasmar a los diseñadores que buscan a mo delos versátiles, capaces de vender cualquier estilo. También eso nos permite entender –por lo menos un poco más– que haya dejado al multimillonario colombiano, Alejandro Santodomingo, por el escritor maldito Ray Loriga. Dos hombres muy ricos, aunque por motivos diferentes.
¿Por qué si eres un personaje público sabemos tan poco de tu vida?
Si la gente busca información personal, probablemente no la encuentre, y espero que no la haya nunca. Yo vendo mi imagen, no lo que soy cuando me desmaquillo. Soy un lienzo en blanco para fotógrafos y diseñadores, y cuando acaba mi trabajo empieza mi vida privada. Quien esté interesado por la moda me podrá llegar a conocer a través de mi web. Si se va buscando otra cosa, no tengo nada que ofrecer.
Con esa filosofía habrás vivido como un auténtico suplicio el hecho de ocupar portadas del corazón con tu nueva pareja, el escritor y director Ray Loriga...
La verdad es que lo he vivido con pena porque había conseguido –y espero seguir manteniendo– un anonimato en este terreno. Yo no participo en este circo, no me gusta y no tengo nada que ver. Sólo espero que pase lo antes posible.
¿Por eso, a pesar de tener casa en Madrid, sigues viviendo en Nueva York?
Nueva York es mi ciudad favorita, la echo muchísimo de menos cuando no estoy allí. No creo que aguantara vivir en Madrid, aunque vengo con frecuencia a España. Mi relación con la prensa del corazón no es buena y me siento más tranquila en otra ciudad. Una ciudad que conoces muy bien y que pertenece a un país que parece estar en una situación de cambio político.
¿Has heredado algo de las inquietudes de tu tío, el ex presidente de Alianza Popular, Antonio Hernández Mancha?
Sí, me atrae mucho la política. Soy inconformista y guerrera, y si creo que algo se ha de cambiar y existen posibilidades de hacerlo, lucho por ello. Pero también opino que es una profesión muy sacrificada. En cuanto a Nueva York, sí hay ganas de Hillary, pero mientras en Estados Unidos se sigan eligiendo gobernadores como Arnold Schwarzenegger...
Tu familia está plagada de juristas e incluso tú has estudiado Derecho. ¿Cómo reaccionó tu entorno cuando dijiste que querías ser modelo?
Horrorizados, porque el único miembro de mi familia que se ha atrevido a no seguir la tradición es arquitecto. Así que ¡imagínate! Me presenté al concurso Elite Look of the Year por mi cuenta y cuando mis padres se enteraron me echaron la bronca. Al ver que era mi vocación me pusieron como condición acabar los estudios antes de irme a París. Y así lo hice y, además, con buena nota.
Te presentaste al concurso en 1992 y lo ganaste compartiendo el premio con Nieves Álvarez. Curiosamente, en la misma edición también participó Esther Cañadas. ¿Qué te parece que se haya creado un programa televisivo para escoger a la candidata española?
No tengo palabras, me parece denigrante y patético. Solo lo vi una vez durante el descanso de un partido de fútbol, y pedí a mis amigos que lo quitaran. La experiencia que yo viví en mis comienzos no tiene nada que ver con dramas, llantos y maltrato psicológico. Nunca participaría ni apoyaría una cosa así –aunque me lo han ofrecido– y eso que yo soy lo que soy gracias a que me descubrieron en este concurso. Pero jamás me sentí como si estuviera en un reality show.
Elle MacPherson es conocida como El Cuerpo y a ti, en cambio, te llaman La Mente. En algún momento te has preguntado: «¿Qué hace una mujer como yo en un sitio como éste?»
No, jamás. Tengo el mejor trabajo del mundo: el tiempo que invierto es mínimo y, proporcionalmente, el dinero que gano está muy bien. Además, soy mi propia jefa, escojo mis trabajos y me tratan como a una reina. Sería absurdo decir que me da vergüenza ser modelo. Si he decidido estudiar es porque me gusta y tengo horarios flexibles que me permiten hacerlo. En lugar de quedarme delante de la tele, que casi no veo, preparo exámenes.
En la actualidad, eres embajadora de la firma Armani. Una curiosidad de última hora: ¿Te gustaría que Cayetano Rivera Ordóñez fuese la próxima imagen masculina de la firma?
A mí me parece bien, de hecho le hablé de él a Armani. Y cuando le conoció en persona le encantó, le pareció guapísimo. Yo apoyo casi todas las decisiones del diseñador y las que no, las debato con él para que las modifique. Creo que me escucha bastante y tenemos muy buena relación. Pero él siempre se ha decantado más por la imagen de los futbolistas.
Tienes treinta años. ¿Has pensado en lo que harás después de retirarte?
No me lo planteo porque en estos momentos hay cosas interesantísimas para modelos mayores. Lo que sí quiero es espaciar más los trabajos, porque la edad te hace perezosa y selectiva. No sé... Me gusta mucho el mundo del arte; quizá monte un bar en España; me planteo abrir otra tienda Kala en Nueva York (como la que ya tengo en Madrid junto a mi prima, Fátima de Burnay), y no me importaría obsequiarme con un año sabático: llevo muchos años trabajando. Ya veremos...
¿Qué es lo único que te haría poner un punto y final a tu profesión?
Creo que tener hijos marcaría un antes y un después en mi vida. Quiero prestarles una dedicación absoluta.
¿Y te apetece tenerlos?
Mucho. No tengo prisa, pero me apetece.
Este año también protagonizas la campaña de trajes de novia de Pepe Botella. ¿Piensas casarte algún día?
No creo, y vestida de novia, menos. Nunca he soñado con casarme de blanco ni con tener un príncipe azul que me lleve al altar. Pero... ¡quién sabe!
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