Maribel Verdú: "No tengo hijos, no cocino y no tengo tele. Me quedan los libros"

Es feliz y lo contagia. Una charla con ella es como una sesión de terapia. Nos hemos perdido una gran coach, pero brilla más que nunca como actriz.

Maribel con vestido de transparencias Blumarine

Maribel con vestido de transparencias Blumarine.

/ Andre Varani

Aparece como un huracán. Saludando, con naturalidad y cercanía, a diestro y siniestro –eso sí, no antes de las 11 de la mañana–. Con un look muy sport –y un precioso Amazona, de Loewe–, llena la sala con su presencia. Pero ella es de las que se dejan los papeles en casa. Maribel es, sobre todas las cosas, auténtica. Igual hoy que hace 30 años. Sus más de 70 películas, dos Goyas y un Premio Nacional de Cine (2008) no la han convertido en alguien distinto. Sigue siendo la misma niña que disfrutaba metiéndose en la piel de otros –como en su nueva película <strong>El faro de las orcas'</strong>'El faro de las orcas'(16 diciembre), en la que interpreta a una madre con un hijo autista–, alegre y cariñosa. «Por encima de que sea una magnífica actriz –afirma el director de esta cinta, Gerardo Olivares–, Mariquilla (es como él la llama), te hace la vida mucho más fácil. Ella, que trabaja siempre desde la verdad, viene a disfrutar con su trabajo y a que todos los hagamos. Por eso los directores queremos repetir una y otra vez con ella», explica el realizador de 'El faro de las orcas'. Una preciosa historia real sobre Beto, un argentino estudioso de las llamadas ballenas asesinas y su relación con Tristán, un niño autista español, que se abre al mundo al estar en contacto con los animales.

¿El último trabajo es el que llevas más dentro?

No necesariamente. 'El faro de las orcas' no ha sido mi último trabajo –acabo de rodar con Pablo Berger–, pero sí ha sido uno de los mejores viajes que me he pegado en la vida. En los dos meses que estuve rodando esta película en la Patagonia, me cambió tanto el concepto de vida... Entendí que se puede ser feliz en el fin del mundo y sin necesidad de tantas cosas. Es una peli con alma.

¿Qué necesitarías tú para ser feliz allí perdida?

Una buena compañía, muchas películas, mi música... he dejado buenísimos amigos en Puerto Pirámides. Pero yo, que soy cero mística, tan pragmática, tan terrenal, tan animal, me sentaba en un banco cada día antes de ir a rodar y admiraba el poder sobrecogedor de la naturaleza, la inmensidad del mar. Y lloraba de felicidad, de la emoción, ante esa naturaleza brutal, casi pornográfica. Todas las tardes, me iba sola a ver atardecer. A veces, se venía el peluquero...

Pero ha tenido que ser una experiencia muy dura, allí en mitad de la nada...

Dicen que la Patagonia es como África, que la primera vez que vas, te enamoras o la detestas. Pero yo necesitaba vivir esa experiencia; mira, para eso sí que soy valiente. Estamos dos días en este mundo, ¡aprovechémoslos!

¿Has aprendido algo de la experiencia?

Que cuando duermo 10 horas, tengo una cara estupenda (risas). Ya en serio, esta película me cambió totalmente: yo siempre había sido una chica de ciudad y, desde que vine de allí, necesito mis momentos de soledad, de tres o cuatro horas, escuchando música o leyendo. También necesito el campo cada vez más; de hecho, quiero irme a vivir a una casita que tenemos Pedro y yo desde hace años en Málaga. A mis 46 años, quiero calidad de vida y dejar atrás el estrés. Nos perdemos mucho.

Maribel Verdú con vestido largo

Maribel, con vestido largo con transparencias y strass Liu·Jo y zapatos Lodi. 

/ Andre Varani

Después de más 70 trabajos, ¿qué le pides a una película?

Hace poco, mi cuñado, Luis Merlo, me envió un estudio sobre “Las 10 mejores actrices españolas y el por qué de su éxito”. Y a mí me tocó ser la más versátil. ¡Es lo mejor que te puede pasar! Hacer comedias, dramas, de puta, de monja, de yonqui, de aristócrata... Ahora, también estreno “Abracadabra”, en la que hago de una choni del sur de Madrid maltratada. Y estoy en los Teatros del Canal con “Invencible”, dirigida por Veronese, haciendo de una pija de izquierdas panfletaria... y voy a encarnar a una heroína con superpoderes. ¡Es que mola mucho! Intento que no se repitan papeles, que me gusten el director y los compañeros, pero la historia está siempre por encima de mi papel. A lo largo de 30 años, he aprendido que es mejor estar en una peli maravillosa aunque salga poco (risas).

Dime algún papel con el que te quedarías...

Es imposible. Algunos los llevo aquí, en el corazón.

¿Qué tipo de actriz empezaste siendo y en qué te has convertido a lo largo de los años?

Yo intento trabajar desde la honestidad más absoluta y dar credibilidad a lo que hago. Adoro ponerme en manos del director: quiero que me exprima, pero siempre desde el buen rollo. Yo no soy de las que llegan a un resultado estupendo sufriendo por el camino. Se puede llegar a la meta habiendo sido feliz.

¿Y descargas toda tu energía en el trabajo? Tienes extra...

Siempre tengo las pilas puestas –mira que hoy vengo con sueño, porque ayer estrenamos en Madrid la obra de Veronese–. Pero, de la misma forma, no me cuesta nada desconectar. Yo me meto en mi casa y bajo la intensidad. Esos momentos, dos o tres horas al día leyendo con mi música, son los que me dan vitalidad. Me cargo como un móvil y luego lo doy todo.

¿La lectura es tan importante en tu vida?

Es lo único que hago: no tengo hijos, no cocino porque no me gusta, no tengo ordenador, no tengo tele (la gente que me conoce sabe que es real; solo la pongo en los hoteles antes de salir a rodar, para saber que no estoy sola en el mundo), odio el ambiente de los gimnasios –viene una entrenadora a casa o bajo al Retiro dos veces por semana para tonificar, además de un día de yoga. Con los años, me voy consumiendo... yo ya me visualizo como Bette Davis, con 90 años, toda pellejo–. Me quedan los libros (como “La isla de Alice”, de Sánchez Arévalo, que me regalaron mis hermanas) y la música.

¿Y dónde queda Pedro en ese planing?

Cuando llega mi chico por la noche, entonces nos ponemos a ver nuestras series. Nos acabamos de enganchar a “Hijos de la anarquía”. ¡Cómo está el protagonista de bueno! Y luego, dos días a la semana voy al cine: el domingo, seguro. Y los lunes, cuando descanso, me meto yo sola en la sesión de las 4 de la tarde. Ese día no como y me atiborro a palomitas. No entiendo el cine sin palomitas. ¡Soy así de friki!

Maribel Verdú con vestido de Wom&amp;Now

Maribel lleva vestido manga larga Wom&Now y zapatos Pura López. 

 

/ Andre Varani

¿Parte de tu crecimiento profesional se debe a tu marido, Pedro Larrañaga?

Ni lo dudes. Cuando le conocí, hacía 5 películas al año, porque lo que quería era salir de mi casa. Pero desde que estamos juntos, hace 17 años, lo que me gusta es disfrutar de la vida con él, junto a él. Escojo cosas en las que creo de verdad. Podría estar trabajando en Estados Unidos y haber ganado mucho dinero, pero no me hubiera merecido la pena. Me he quedado en producto nacional, tengo abierto el mercado suramericano y aún me quedan las giras de teatro.

¿Y qué te da, para seguir a su lado tantos años?

Hay complicidad, hay respeto, hay admiración y solo discutimos por gilipolleces –yo soy súperordenada y él no, imagínate–. Pero nos lo tomamos con humor.

¿No te animas a escribir o a dirigir?

No, es complicado hacerlo bien. Lo que sí haría es un tándem con Antonio de la Torre –con el que protagoniza “Abracadabra”–: yo, a la parte técnica y él, con los actores. A mí me gusta que me dirijan, me gusta ser moldeable, me gusta ser actriz.

¿Cuál es el mayor regalo de ser actriz?

Los directores que te llaman para repetir contigo.

¿Cómo te gustaría que te recordara la gente?

Como una persona disfrutona, auténtica, espontánea, cero engreída, que es lo que transmito –si no, que miren mi instagram @maribelverdu–. Las rarezas, las guardo para los íntimos. Los momentos malos no los comparto.

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