Weeds, Ozark, La reina del sur y, ahora, Mamá María, con Isabelle Huppert: las señoras de la droga son las nuevas it girls de la pantalla

Isabelle Huppert protagoniza Mamá María, una comedia francesa sobre la sororidad en el mundo del narcotráfico, y nos demuestra que el #MeToo ha llegado al género audiovisual menos feminista de la década hasta el momento: el narco noir.

La actriz Isabelle Huppert, traficante de cannabis en la película Mamá María

Isabelle Huppert, traductora policial y "camella" en la película Mamá María

/ Wanda Films

El narco noir (Breaking Bad, Narcos, Fariña, Ozark) se ha resistido durante décadas al test de Bechdel, pero los tiempos, incluso cuando hay drogas de por medio, cambian. Las lideresas del cannabis, la cocaína y el opio llevan años rompiendo a balazos los techos de cristal de series y películas y, a estas alturas, cuentan con un importante alijo de audiencia que mantener a toda costa. La nueva aspirante al trono de las narcotraficantes de ficción es Isabelle Huppert, que el 13 de agosto estrena -previo paso por el festival de Cannes- Mamá María. En la cinta, una comedia policial a la francesa, Huppert encarna a una traductora que trabaja para la brigada de estupefacientes de París y que, casi sin quererlo, y por hacer un favor a una madre atribulada, da el primer paso al margen de la ley que la llevará a convertirse en traficante de drogas. La cinta tiene acción, crítica social, humor delirante, sororidad y, sobre todo, la presencia total, cómica, profunda y arrolladora de Huppert, que nos hace darnos cuenta de que adoramos a las señoras de las drogas y preguntarnos dónde están las mujeres, ahora mismo, en las películas y series sobre el mundo del narcotráfico.

Y es que hay géneros audiovisuales que se alimentan enormemente de la masculinidad (bastante tóxica) de los “mundos de hombres” y en los que las mujeres, tradicionalmente, ejercen de madres, esposas, amantes o víctimas que ponen en marcha vendettas infinitas (véase el término “women in refrigerators” para mayor indignación feminista). El narco noir, desde luego, es uno de esos géneros, y la serie que lo convirtio en trending topic, Narcos, buscó una forma de darle la vuelta a los tópicos. En la serie de Netflix, los hombres gritan, amenazan y matan mientras sus mujeres (la esposa de Escobar, la periodista y amante del narco Valeria Vélez, la reina blanca Isabella Bautista) mantienen el postureo sumiso y hacen y deshacen bajo mano, a base de susurros de almohada y sugerencias lanzadas al descuido.

Fariña, la mayor aportación española al género narco, se estrenó tres años y un #MeToo después, y se nota. En nuestra narcoserie de cabecera, las mujeres se mantienen en segundo plano solo en apariencia. Esther Lago (Eva Fernández), cerebro del clan Oubiña, y Pilar Charlín (Isabel Naveira), cabeza de cartel de los charlines, son las que cortan el bacalao (y la cocaína); en la vida real, la novela de Nacho Carretero nos recuerda que fueron las mujeres pescadoras las que crearon las primeras organizaciones de contrabando gallego y que son ellas las que se quedan atendiendo el mostrador cuando los hombres de la casa se ven obligados a huir. Unas pioneras (del mal, sí, pero pioneras) que, eso sí, acceden al poder solo cuando falta el hombre de la casa.

Porque las viejas estructuras son difíciles de olvidar, y por eso muchas de estas narcodamas llegan al poder tras desaparición de un capo (con pene) emparentado con ellas. Así dieron el primer paso hacia el poder Teresa Mendoza, protagonista de La reina del sur, e Isabella Bautista, en Narcos. El ciclo de la vida tiene sus reglas en un sector profesional cuya jubilación por defecto es la cárcel, la muerte o la huida a medianoche. Eso sí, ellas ya no son sumisas aparentes con ínfulas de lady Macbeth, sino narcojefas que no piden perdón ni permiso; y ahí es donde reside su encanto y su poder: en su capacidad para ser más inteligentes, implacables, ambiciosas y frías que sus predecesores. Y ya era hora de dar carpetazo a los personajes femeninos que no saben a qué se dedican sus maridos, que se quedan heladas de terror cuando el cártel de turno irrumpe en sus falsamente pacíficos hogares y que cuando se encuentran con un arma en las manos (para protegerse y proteger a sus hijos, por supuesto) disparan locamente y no se aciertan en el pie porque los guionistas del heteropatriarcado aprietan pero no ahogan.

Kate del Castillo, en La reina del sur, la serie basada en el libro de Arturo Pérez Reverte

La actriz Kate del Castillo protagoniza la versión mexicana de La reina del sur, la serie basada en la novela de Arturo Pérez-Reverte

/ Telemundo

El mejor ejemplo de esta nueva hornada de narcotraficantes empoderadas es Teresa Mendoza, protagonista de La reina del sur (en dos versiones, la mexicana y la estadounidense, ambas basadas en la novela homónima de Arturo Pérez-Reverte): como tantas otras reinas del crimen, Teresa comienza como víctima y transforma su huida hacia delante en la construcción de un imperio.

Puede que ya que ya no sea creíble hacer series sobre tráfico de drogas sin poner a las mujeres en el centro, a ser posible con algún señor con bigote que les suelte un “No es país para damas” antes de ser machacado por una intriga perfectamente armada por la dama en cuestión. Y no se trata de un giro forzado del guion, sino un tropo basado en hechos reales: fuera de las pantallas, las grandes damas de la droga también manejan el cotarro. Podemos verlo, por ejemplo, en la miniserie documental La Paca, matriarca de la droga, que sigue la trayectoria de Francisca Cortés, la mayor narcotraficante de nuestro país, o en el caso de Enedina Arellano Félix, líder del cártel de Tijuana desde 2015; o, sin necesidad de retroceder tanto, en la detención, hace apenas unos días, de una mujer de 79 años que lideraba desde Tarragona una red de tráfico de cocaína en España.

Las reinas blancas están aquí para quedarse, y llevaban tiempo anunciando su llegada. Catherine Zeta Jones ya hizo lo que parecía un brindis al sol por el narcoempoderamiento femenino en Traffic, cuando su personaje, embarazada de ocho meses, viajaba a México para rematar el contrato que su marido había puesto en marcha, y hacía gala de aplomo, valor y espíritu comercial (Zeta-Jones repitió papel narcofriendly en Cocaine Godmother, años después). También hemos visto desfilar por la pequeña y la gran pantalla toda una serie de adorables ancianitas dedicadas (por necesidad económica, activismo o pasión horticultora) a la producción de cannabis, desde El jardín de la alegría hasta la serie Descolocados, pasando por la francesa El postre de la alegría (nota para críticos: la cocaína es tragedia, el cannabis comedia).

Mary-Louise Parker, protagonista de la serie Weeds

Mary-Louise Parker, viuda reinventada como capo del cannabis, en una imagen promocional de la serie Weeds. 

/ D.R.

Una rara avis en el camino fue la serie Weeds, que ignoraba todas las motivaciones femeninas habituales en el género (penuria económica, matar o morir, herencia obligada del negocio familiar) y nos presentaba a una joven viuda (Mary-Louise Parker) embarcada sin tener la menor idea en el negocio del cannabis para que sus hijos no tuvieran que reducir su tren de vida. Esta amoralidad, extraña en el género de narcodamas, la convirtió en una serie peculiar que subía la apuesta trágica en cada temporada y que posibilitó que, a día de hoy, ya no sea necesario un detonante en clave femenina (¡mis hijos están en peligro! ¡Tengo que salvaguardar el negocio de mi padre hasta que vuelva!) para convertir a una mujer en una narco despiadada. Véase, por ejemplo, la trama de orígenes villanescos, aún en desarrollo, de Ruth Langmore (Julia Garner), la adolescente más chunga de la televisión y becaria del cártel Byrde en la serie Ozark. Esperamos el inicio de su reinado del terror para la inminente (y última) cuarta temporada de esta serie.

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