Hay amores que matan

Isabel Pisano nos adelanta la trágica historia de su último libro, "Denise", que se inspira en un caso real: la protagonista, Denise Labbé, asesina a su pequeña para colmar el placer de su amante, Jacques Algarron.

Isabel Pisano
Isabel Pisano

Mi novela ‘Denise’ (Ediciones B) lleva el nombre de la mujer que, en el valle del Loira en los años 50, fue la protagonista de esta terrible historia. Siempre he culpado de todas mis desgracias a las perversas hormonas. He leído mucho sobre casos de perversión sexual en la Historia y no encontré nada igual a lo que me golpeó por primera vez en París, aquel día de lluvia torrencial que impedía mis paseos matinales: el juicio a ‘Los diabólicos de Blois’. Llamó mi atención la imagen de una joven de belleza sobrenatural y de riguroso luto, Denise Labbé, que había confesado el asesinato de Cathie, su hija, a instancias de su ex amante Jacques Algarron. Atractivo, con una expresión de frialdad sobrecogedora, había sido el inductor del crimen. En un in crescendo de sus relaciones sexuales, fue pidiendo más y más cosas. Las primeras atentaban contra los principios morales y la religión de Denise. La compartía con otros hombres y mujeres, la sometía a ritos sadomasoquistas dolorosos y crueles inspirado en su escuálido maestro, el Marqués de Sade, que sin lugar a dudas habría sido misógino. Pero, ¿cómo se justifica la ‘obediencia debida’ de Denise a ese verdugo miserable y frustrado? ¿Fueron los demonios los que cegaron a Denise y armaron su mano con el odio hasta acabar con la vida de la inocente, indefensa, Cathie? Sí, eran ellos, un ejército infernal salido de las profundidades del averno porque, ¿qué otra cosa es la pasión cuando se adueña del cuerpo de alguien, acallando la piedad ante un ser inerme, cegando al amor más grande que una mujer pueda alentar?

Cuando la pasión entra en el cuerpo de alguien se adueña de todo lo demás, los sentimientos, los recuerdos, los deberes, las leyes naturales y pisotea todo como búfalos en estampida. Solo se escucha un latido: dos palmos más abajo del corazón. Más tarde Denise despertó, pero los dados estaban echados. Nada ni nadie puede cambiar la cifra que, inexorablemente, han compuesto. Tenía toda la vida que le quedaba para expiar su culpa, si no se la cortaba de cuajo la guillotina. La decisión la tomarían los doce jurados, elegidos al azar, en el sereno valle del Loira.

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