Cómo detectar la ansiedad de los menores ante el coronavirus
A los peques de la casa también les afecta el confinamiento y el clima de preocupación que se vive, pero para ellos es más difícil expresarlo. Por eso, descubrir si sufren ansiedad y aprender a gestionarla es fundamental.
Periodista, escritora y divulgadora, Eva Millet se ha especializado en un tema que le apasiona, la educación cuyos temas desarrolla en su <strong>Educa2</strong>blog Educa2. En su último libro, ‘Niños, adolescencia y ANSIEDAD’ (Plataforma Editorial) pone sobre la mesa una epidemia silenciosa, la ansiedad, que también afecta a los menores
Según el estudio 'Salud Mental en la Infancia', de la Ong estadounidense Child Mind Institute, en los últimos 10 años los diagnósticos de trastornos de ansiedad en jóvenes menores de 17 años han aumentado del 3,5% al 4,1%. La cifra impresiona: unos 117 millones de niños y adolescentes en todo el mundo han sufrido un trastorno de ansiedad. Otro dato preocupante es que el 80% de ellos no recibe tratamiento.
En nuestro país, un 20% de los adolescentes españoles sufre ansiedad según se puso de manifiesto en el VI Curso de Salud integral en la Adolescencia, organizado por la Sociedad Española de Medicina de la Adolescencia. La actual crisis del coronavirus, el confinamiento y el bombardeo constante de información, muchas veces alarmista, puede influir en los menores y causarles algún episodio de ansiedad pero, ojo, porque se trata de una emoción que, si ya es difícil de explicar para los adultos, a los niños y niñas les cuesta mucho más.
"Los más pequeños no te van a decir "tengo ansiedad, mamá", sino que van a expresarla de otras maneras. Así que hemos de estar al tanto", apunta Eva Millet que recomienda estar pendientes de algunas señales con las que los menores nos van a alertar, sin decirlo expresamente, de que la están sufriendo: "Múltiples y continuados síntomas de pequeñas enfermedades (dolor de cabeza, de tripa…); rechazo a ir a lugares a los que habitualmente iban; bloqueo en situaciones académicas o deportivas; mutismo; complicaciones constantes y exageradas (tipo ‘mamá y papá van a morir’), que a nosotros nos parecen tonterías pero que ellos se toman muy en serio; alteraciones en los patrones de sueño y hambre; irascibilidad, oposicionismo, comportamientos disruptivos. En definitiva, todo aquello que nos alerte, que nos diga "no reconozco a mi hijo’".
¿Cómo puede influir la crisis sanitaria que estamos viviendo en la ansiedad de los menores?
Bueno, yo creo que estamos en la tormenta perfecta para generar ansiedad, tanto en los niños como en los mayores: incerteza sanitaria, incerteza económica, encierro obligatorio… En algunos casos en condiciones muy complicadas. La ansiedad es una emoción que surge a partir de la incertidumbre, cuando no sabemos qué pasará. Es todo lo que se desencadena a partir del miedo, de un susto: vemos una serpiente venenosa, tememos que nos muerda y generamos dosis de ansiedad por las consecuencias de ese mordisco (¿será muy doloroso? ¿llegaré al hospital? ¿moriré? ¿qué le pasará a mi familia si muero?…). Pues aquí el COVID-19 sería la serpiente, un peligro real, y las muchas probables consecuencias del mismo, la ansiedad. No creo que en nuestras vidas, la mayoría, nos hayamos enfrentando a una situación tan generadora de ansiedad y estrés. Y los niños, por supuesto, lo viven: este cambio abrupto de vida, esta incertidumbre, no puede no afectarles. Por ello los adultos tenemos, más que nunca, que actuar como tales y guiarlos en estos momentos difíciles. Tener infinitas dosis de paciencia y comprensión y servir de referentes. Mantener la calma.
¿Qué síntomas deberían de alertar a padres y madres de que un menor está sufriendo ansiedad?
La ansiedad es una emoción difícil de definir, difusa, fantasmal y compleja. De hecho, Freud ya distinguió de la ansiedad realista (la que nos ayuda a no perder un avión o a estudiar más para ese examen), de la neurótica (que es la que, sencillamente, nos hace la vida imposible). Y si a los adultos ya nos cuesta expresarla, todavía más a los niños. Los más pequeños no te van a decir ‘tengo ansiedad, mamá’, sino que van a expresarla de otras maneras. Así que hemos de estar al tanto. En la vida normal, algunas señales de ansiedad en los niños son: múltiples y continuados síntomas de pequeñas enfermedades (dolor de cabeza, de tripa…); rechazo a ir a lugares a los que habitualmente iban; bloqueo en situaciones académicas o deportivas; mutismo; complicaciones constantes y exageradas (tipo ‘mamá y papá van a morir’), que a nosotros nos parecen tonterías pero que ellos se toman muy en serio; alteraciones en los patrones de sueño y hambre; irascibilidad, oposicionismo, comportamientos disruptivos. En definitiva, todo aquello que nos alerte, que nos diga: "No reconozco a mi hijo".
¿Qué podemos hacer al respecto, cómo afrontarlo?
Nos toca, repito, mantener la calma. Los padres estamos en el mundo, en gran parte, para tranquilizar a nuestros hijos, para ampararlos. Y aquí nos toca hacer esto. Ahora que la gestión emocional está tan de moda, podemos explicarles qué es la ansiedad, decirles que es lógico que la experimenten y ayudarles a gestionarla si esta se dispara: este confinamiento no es ideal, por supuesto, porque una de las maneras de gestionarla es… pasear, tener más contacto con la naturaleza. Pero, afortunadamente, hay otras: como el juego, el sueño , una alimentación adecuada, la respiración, la calma. Ahora que podemos huir de las prisas, aprovechemos. Los abrazos, el tacto, es otro gran ansiolítico, aunque ahora son complicados. A falta de ellos, hablemos, hablemos mucho.
Con el confinamiento y las noticias imparables sobre el coronavirus, todos andamos preocupados. ¿Cómo podemos prevenir que aparezca la ansiedad?
A ver, la ansiedad, de un modo u otro, aparecerá durante estos días. Como te comentaba son circunstancias muy graves. Pero, en parte, la propia ansiedad nos va a mantener encerrados en casa y va a hacer que ayudemos a no propagar el virus y a acabar con él. Aquí la ansiedad sería una aliada: si no estuviéramos ansiosos por contagiarnos o contagiar, estaríamos dando vueltas por la calle y esto no se acabaría nunca. Todos los expertos en salud mental (¡y el sentido común!) recomiendan dosificar las noticias sobre el tema (y más en los niños) y mantener unas rutinas familiares, además de una buena higiene corporal y de sueño.
¿Es importante comunicar bien esta crisis a los peques, cómo se haría de manera correcta?
Con los más pequeños podemos ahorrarnos que escuchen detalles escabrosos y goteo de fallecidos (no es sobreprotección, es sentido común). Con los adolescentes, que se enteran de todo, comentar las noticias pero no desesperanzarlos. Hay luz al final del túnel, China ya está saliendo. Compartamos, comuniquemos. E intentemos, de vez en cuando, ver al vaso medio lleno. Comentar que esta crisis les servirá para ponerse al día con sus estudios o que está reduciendo la contaminación o que no han de levantarse a las 7 de la mañana durante unos días… No se trata de meternos en la ceguera del pensamiento positivo pero sí que, de vez en cuando, conviene comentar algún aspecto bueno de esta situación excepcional.
¿Por qué decidiste escribir 'Niños, adolescencia y ANSIEDAD', poner ese foco en la ansiedad que sufren los menores?
Bueno, soy autora de otros dos libros sobre crianza, titulados 'Hiperpaternidad (del modelo mueble al modelo altar)' e 'Hiperniños (hijos perfectos o hipohijos)', también de Plataforma. Ambos tratan sobre el fenómeno de la hiperpaternidad: un estilo de crianza típico de los países más ricos que implica una atención intensiva —obsesiva casi— a la prole. Además de una hiperformación, una sobreprotección y una constante estimulación a los críos, quienes ya desde pequeños tienen lo que yo llamo 'agendas de ministro'. Todo ello: esta atención constante, estas altas expectativas respecto a los hijos (han de llegar muy lejos ya que hemos invertido tanto) y estas vidas casi frenéticas (de ir de aquí para allá todo el día, de jugar cada vez menos, de estar cada vez más conectados), son grandes generadores de ansiedad. Una emoción que, en su justa medida, puede ser una aliada pero que, si se dispara, nos hace la vida imposible. Y los niños, hoy, están experimentando trastornos de ansiedad de forma cada vez más precoz y virulenta.
En tu libro señalas que la OMS calcula que, en el mundo, entre el 10% y el 20% de los niños y los adolescentes experimenta trastornos mentales, siendo los relacionados con la ansiedad los más comunes. ¿Es una cifra en aumento y, si es así, qué factores pueden estar influyendo en ello?
Sí, según la OMS entre el 10% y el 20% de los niños y adolescentes experimenta trastornos mentales. En Europa, y siempre según la OMS, esta cifra es mayor y la ansiedad y las depresión son los trastornos más comunes. La infancia y, en especial, la adolescencia, son etapas particularmente vulnerables a la ansiedad. No sé si estas cifras van en aumento: hay lugares, como EEUU donde hablan directamente de 'epidemia' de ansiedad entre los menores, mientras que otros estudios y culturas son más cautos y aseguran que la mayor prevalencia de ansiedad actual está vinculada al aumento de la población y al hecho que hay un mayor diagnóstico y una mayor concienciación. Lo que sí es verdad es que, como dice el sociólogo Gilles Lipovetsky, hoy vivimos en unos tiempos muy ansiosos: hay ansiedad por la alimentación, por la inmigración, ¡por el cambio climático! y un contexto así afecta a los más pequeños, sin duda.
De entre todas las formas de ansiedad, quizá una de las menos conocidas y que puede tener importantes consecuencias en el futuro de los menores, es la fobia social. ¿Cómo se produce en edades tempranas, cuáles serían los síntomas principales?
La fobia social también se conoce como 'ansiedad social' y, aunque se da en la infancia, suele incidir más en la adolescencia, que es una etapa en la que se acentúa el miedo a ser evaluado, juzgado o criticado. Su prevalencia es similar entre hombres y mujeres. Generalmente, se desencadena cuando el individuo tiene que actuar frente a un público fuera del ámbito familiar y ser evaluado. Algunos de los escenarios más temidos de niños y adolescentes son leer en voz alta en clase, preguntar al profesor, hablar con adultos o desconocidos, ir a una fiesta y realizar una actividad deportiva o cultural con público. Si te fijas, estas dos últimas son cosas que cada vez son más habituales en las infancias actuales, donde la 'performance' es cada vez más habitual. Hacen tantas extraescolares que se pasan mucho tiempo 'actuando' frente a un público y, aunque hay niños que lo llevan muy bien, a otros les cuesta. No les gusta y les crea ansiedad. Yo creo —es una intuición— que si hay un aumento de fobia social tendría que estar vinculado a esta ‘performance’ continuada que conllevan tantas infancias actuales.
¿Crees que entre los educadores, en el ámbito escolar, se conoce lo suficiente la ansiedad y la fobia social en los menores, tanto como para prevenirla y tratarla?
Trabajando en este libro me he dado cuenta de que la ansiedad, pese a su prevalencia, es una gran desconocida. En parte porque tiene muchos matices y porque, muchas veces, las propias personas que la sufren —en especial, menores— no saben como describirla. Imagino que a cualquier docente le ha de llamar la atención el ver que el alumno rehúsa sistemáticamente a participar en clase, nunca pregunta al profesor e, incluso, se aleja del grupo de forma consciente. Hay que estar alerta, pero es difícil: hay una organización, Anxiety Canada, que explica que la mayoría de niños o adolescentes con fobia social pasan desapercibidos por sus padres o maestros. ¿Por qué? Porque no son niños que tengan mal comportamiento, para llamar la atención, sino que, al revés, procuran ‘hacerse invisibles’. Se reconocen cuando empiezan a faltar al colegio o sus notas bajan. La fobia social a veces se confunde con la timidez pero la timidez, aunque afecta al niño, no supone una interferencia, un obstáculo en su día a día tan acusado como una fobia.
¿Estamos educando correctamente a nuestros hijos/as en el terreno de las emociones? ¿Qué consecuencias puede tener?
Yo creo que se está avanzando muchísimo en este campo, de hecho, estamos viviendo un auge de las emociones y de su gestión. Lo que ocurre es que, como señala el filósofo Gregorio Luri, las emociones a veces son caprichosas y tener un control absoluto sobre ellas es más bien imposible. Por ello, creo que es importante que, además de educar en el conocimiento de las emociones ("ahora tengo rabia, ahora soy feliz, ahora estoy triste…’", eduquemos también en el carácter. Es decir, les demos a nuestros hijos herramientas de carácter (valentía, paciencia, constancia, empatía…) para tratar de dominar las emociones cuando nos asaltan. No solo hay que entenderlas, también tenemos que tener recursos propios.
¿Qué importancia tiene la educación emocional en la prevención de la ansiedad en la infancia/adolescencia?
Es importantísima, porque a menudo los niños y los adolescentes —¡y los adultos!— no tenemos las herramientas para explicar lo que les pasa. Y los niños, en general, desconocen lo que es una emoción tan compleja como es la ansiedad. Ponerle palabras a lo que sentimos, con sus muchos matices, es fundamental.
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