No sin mis libros

Puede que para muchos la biblioteca sea una estancia sólo apta para hogares privilegiados que gozan de muchos metros pero, para otros, se trata de un espacio indispensable que condensa toda una trayectoria vital. Cinco profesionales nos abren las puertas de la suya.

No sin mis libros
No sin mis libros

Toda obra literaria puede ser una buena aliada; audaz y temeraria, discreta y sabia. Para aquellos que alguna vez han sentido la gravitación de los libros de la que habla Borges, la biblioteca privada es una compañera insustituible a través de la que puede atisbarse nuestra andadura vital. En ella se guardan ejemplares que hablan de la niñez, de la juventud, e incluso de la valentía –como comenta Perico Pastor– de poder confesar tu debilidad por aquel texto menor que te hace vibrar.

Ada Parellada

Ada utiliza la lectura como método de relajación tras las intensas jornadas en las que combina su trabajo como restauradora con sus proyectos didácticos. Aún así, en su biblioteca predominan los volúmenes especializados en gastronomía y cocina: «En ellos se concentra un montón de sabiduría », apunta. Ahora se instruye con “Saber popular y alimentación”, resultado de un seminario de una Universidad de verano, y acaba de leer “La cocina de los sentidos”, de Miguel Sánchez Romera. Su libro de cabecera es “Fisiología del gusto” de Brillat-Savarin –«todo un clásico», dice– y el volumen que más ha regalado es “El elogio de la sombra”, de Tanizaki.

Su biblioteca de trabajo está situada en el estudio-dormitorio y la general, en el salón, pero el espacio se le queda pequeño y pronto tendrá que reubicarla: «Cada vez medito más mis adquisiciones porque ya no tengo sitio. El espacio de mi casa es limitado, por lo que no me gusta comprar obras que no me aportan aprendizaje.»

A pesar de que algunos manuales de cocina son auténticos prodigios estéticos, considera un error dejarse tentar por un diseño efectivo: «Últimamente se sacan ediciones muy zalameras y vistosas pero precisamente, los libros de apariencia atractiva son los peores, por lo que recomiendo dar siempre una oportunidad al texto, independientemente de su aspecto. En mi caso, jamás priorizo la imagen al contenido.» Cuando Ada lee, necesita aislarse: «Me cuesta concentrarme si hay personas alrededor hablando de trivialidades. Por eso suelo hacerlo en la playa, cuando viajo y… ¡En el baño!»

Victoria Garriga

«Tengo cierto temor a la relectura de obras que fueron importantes cuando yo me consideraba joven, por miedo a perderlas tras una lectura más “madura”.» La biblioteca de Victoria está dividida entre dos espacios. La narrativa y la poesía copan el salón de su casa y los libros de arte, arquitectura y diseño están en el estudio: «Creo que una de las cosas que mejor conservo de mis traslados es la biblioteca. He pretendido hacer de ella ese referente estable que ata un lugar con otro. Lo único que cambia es la forma en que se coloca.» En cuanto a sus preferencias, dice: «Me resulta básica la obra de María Zambrano, y también me emociona mucho la poesía de José Hierro, aunque es un género al que a priori tenía mucho respeto, por miedo a la incomprensión.» No puede viajar sin llevar más de un libro... «No vaya a ser que me lo acabe; son mi seguro frente al posible vacío y el tedio», señala.

Perico Pastor

«Nací entre libros. De hecho, éstos eran una parte muy importante de mi vida en familia. » Su primer recuerdo relacionado con la literatura tiene que ver con su madre, que le leía en voz alta “El libro de la selva”, del inglés Rudyard Kipling: «Desde entonces, he coleccionado muchas ediciones de este texto, que me ha acompañado siempre.» En su casa hay una buena biblioteca, pero nos cita en su estudio donde tiene otra llena de «volúmenes de arte, ensayo, ciencia e historia. Mi mujer comparte mi afición. En casa tenemos lo esencial: tomos de viaje, gastronomía, novelas policíacas, poesía y literatura general. En realidad tengo más libros de los que he leído y de los que leeré nunca pero me gusta su presencia, su olor, su tacto...» Para elegirlos, consulta desde hace treinta años el suplemento literario del periódico Times.

Un truco: ¿Cómo saber si una persona es un buen lector? «Admitiendo que hay obras malas que te gustan. A mí, por ejemplo, me gusta releer “Beau Geste” de PC Wren.»

Jacobo Siruela

Desde la lectura de “Historia universal de la infamia”, de Borges, el libro ha sido su pasión y profesión. Después de vender Siruela se trasladó al Empordà y creó, junto a su compañera Inka Martí, la editorial Atalanta. En su casa tiene varias bibliotecas: una de literatura, ordenada por épocas y lenguas; otra de filosofía, ciencia, Historia y arte; y otra, de mitología y religión. «Estoy de acuerdo con la filosofía de Enzensberger –afirma– en cuya biblioteca todo libro que entra ha de ser substituido por uno que sale. No se puede vivir esclavo de los libros ni tampoco en el reino de la abundancia.» La relación que establece con ellos es «intelectual y emocional; siempre leo acostado (para mí es impensable hacerlo sentado). Necesito silencio y también subrayo a lápiz.» Cuando viaja, siempre lleva como mínimo una lectura pero suele volver con más: «Me resultaría imposible vivir sin leer.»

Luisa Castro

La vida de Luisa está llena de mudanzas que le han llevado de Galicia a Madrid, Barcelona o Nueva York. Cambios que han influido en su biblioteca: «Me han permitido organizarla mejor e ir soltando lastre. El grueso de los libros se queda poco a poco en mi casa de Foz, donde paso el verano, y el núcleo de mis obras favoritas me acompaña siempre.» Es reticente a las novedades: «Compro sólo libros de maestros que todavía no tengo, o textos contemporáneos que me recomiendan. » Su amor por la literatura nació a los doce años: «Gané un premio en el colegio y me dieron un vale para comprar libros. Me hice con un estante entero de narrativa clásica gallega.» ¿Qué hace con los ejemplares que no le gustan?: «No sé dónde meterlos, pero tampoco los doy. Pienso que si los tiro o los regalo intoxico el medioambiente».

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