Kristen Stewart, el rostro de una generación

Ex estrella adolescente de “Crepúsculo”, ha sido la única norteamericana en lograr un Premio César, por su vibrante actuación en “Viaje a Sils Maria”. En “Still Alice”, junto a la oscarizada Julianne Moore, la chica mala de Hollywood y turbadora musa de Chanel, también impuso su talento.

El maquillaje de Kristen Stewart

Kristen Stewart, espectacularmente maquillada por Chanel, su firma de cabecera.

/ Brent N. Clarke

El ruiseñor canta, el perro ladra, la lluvia moja y Kristen Stewart es deslumbrante de una forma natural. Todo forma parte de un orden inamovible. Por sí sola, es la encarnación de una nueva generación de actrices que cultivan el aire huraño y desafiante de los cowboys fatigados. Una seguridad diabólica, un físico andrógino, un aire irreverente, una belleza paradójica (áspera y femenina), mezclada con un sex appeal incandescente...

En resumen, una cierta idea de glamour moderno que fomenta una refinada “trashitude”. La insumisa de Hollywood con aires de “neo tomboy” repite hasta la saciedad: «Me pongo guantes de boxeo con un “no” escrito debajo». Y eso le da suerte.

Es la primera norteamericana que ha conseguido un César, a mejor actriz secundaria, por “Viaje a Sils Maria”, la última película de Olivier Assayas, que se estrenó recientemente en España.

De los César a los Oscar

Con un vestido Chanel blanco y vaporoso, ella, que es una de las magnéticas musas de la casa de la Rue Cambon, se lanzó al escenario del Teatro du Châtelet con la frente cubierta por un mechón rebelde, para recibir su recompensa, exclamando un «¡Uau!» lapidario seguido de algunas palabras balbuceadas en francés y una declaración de amor dirigida a Juliette Binoche, su compañera en la película. «Eres una de las personas que más quiero en el mundo. Gracias por este premio. Esta noche soy la más feliz», declaró con un fraseo de láser, gélido, preciso, disparado al ritmo de un kaláshnikov, y con esa voz baja que se ha convertido en marca de la casa. Un servicio breve seguido de una pirueta y... ¡alehop! A los bastidores antes de volver a partir hacia una nueva aventura, la de los Oscar, donde apoyó a Julianne Moore, con quien compartió el cartel del film “Still Alice”. Dos papeles curiosamente parecidos. «Dos papeles de soporte», sugiere Kristen. «Me gusta ayudar. No soy una líder sino un apoyo.»

En la película de Assayas, encarnó a la asistente de una estrella en proceso de envejecimiento a la cual sirve de tutora, de compañera, de confidente, de refuerzo. En “Still Alice”, era ella quien abandonaba sus sueños de teatro para ocuparse de su madre, afectada por un Alzheimer precoz. «Ambos son personajes de mujeres que se engrandecen y que me han hecho crecer. Con Juliette, ayudaba a una actriz sumida en un mar de dudas que se enfrentaba a una pujante generación de jóvenes actrices brutales y, sobre todo, irrespetuosas. Con Julianne tomaba conciencia de la fragilidad de las cosas. Con este personaje me di cuenta de que nada está ganado y de que, en un segundo, un tsunami puede modificar lo conseguido. El tsunami es la enfermedad irreversible que se abate sobre una madre de 50 años que, además, es una brillante intelectual. En la película yo soy la más fuerte, quien se adapta más rápido a esta situación, aceptando renunciar a mi carrera para ocuparme de mi madre. Si lo hago, es más por necesidad que por deber. Es para poder seguir mirándome a la cara.»

¿Y dónde encuentra Kristen, dentro de su joven cabecita de niña protegida por la vida, lo que le ayuda a encarnar estos difíciles papeles? «Pienso en Sean Penn, que dirigió “Hacia rutas salvajes”, en la que yo interpretaba a Marylou. Fue él quien me enseñó a entregarme emocionalmente a fondo en un personaje, yendo a buscar en una misma lo que no se imagina poder encontrar. Fue él quien me enseñó cómo un papel podía ser la iniciación a la introspección. Fue él quien me sugirió que el cine podía llevar a un tipo de espiritualidad y que la profesión de actor podía ser más que un simple trabajo: podía cambiar una vida.»

Jodie, Charlize y Juliette

En su joven carrera, Kristen Stewart ha estado acompañada por actores y directores de envergadura que la han ayudado a formarse. Por ejemplo, Jodie Foster, madre divorciada en “La habitación del pánico”, de David Fincher. Kristen, con doce años de edad en aquel momento, interpretaba el papel de su hija diabética. «Mi suerte, entonces, fue no mostrarme muy a la altura. Jodie Foster me animó, me tomó bajo sus alas, me mostró el camino y, sobre todo, me dio lo más bonito que hay en esta profesión: una lección de humildad. Me repetía que un actor es, ante todo, una herramienta al servicio del film.» También trabajó en “Speak”, de Jessica Sharzer, en la que interpretaba el papel de una adolescente traumatizada por una violación. «En ese caso no actué: simple y llanamente, entregué mis entrañas», afirma. Charlize Theron, en “Blancanieves y la leyenda del cazador”, tuvo a bien ser su confidente. «Charlize es, sencillamente, la perfección. Cuando entra en una obra, solo se la ve a ella.» Y, por supuesto, Juliette Binoche. «La primera vez que la vi me temblaban las piernas. Tiene esa capacidad que yo temo: la de desnudarte y descubrir en tu interior exactamente aquello que no tienes ganas que vea.» Próximamente, Kristen Stewart intervendrá en cinco películas más, entre ellas, un proyecto con Woody Allen y, sobre todo, asegura: «Planeo unas largas vacaciones».

Si no hubiera sido actriz sería...

Con compañeras como estas, la joven ha aprendido con gran rapidez. «No tuve elección. Las he observado. En un rodaje, Juliette trabaja los papeles sin pausa, lee, discute, analiza, compara. Julianne Moore es más introspectiva. Y yo, entre medias, intento encontrar la manera de ser rigurosa sin perder la espontaneidad.»

Kristen Stewart es una roca. Se parece a su personaje de Bella Swan en “Crepúsculo”: robusta, guerrera, lista para enfrentarse a monstruos tres veces más grandes que ella. Añadamos a esta presencia inmediata la fuerza de la crítica de una joven que se otorga el derecho, desde sus 24 años de edad, de afirmar cosas, empezando por sus dudas y sus contradicciones: «Si me gustó “Viaje a Sils Maria” es porque me atraen los films que hablan sobre el cine. Y me gustó la manera en la que Olivier Assayas puso en evidencia el lado ridículo de esas actrices tan narcisistas. Me encanta mi profesión. Podría morir por ella. Siempre quise ser actriz, pero tampoco vale la pena exagerar... Lo que quiero decir es que es necesario desempeñarla por una misma y no por los demás. Hoy en día, la fama es considerada más atractiva que la felicidad. Eso no tiene ningún sentido, ¿no?»

En el colegio la llamaban El Muro. Era silenciosa e hiperactiva, y padecía déficit de atención. Como niña, no lograba integrarse. A los trece años deja la escuela, sigue cursos a distancia y se dedica a la cocina. «Si no me hubiera convertido en actriz habría sido una maestra de los fogones», afirma. Pero había pocas posibilidades de que sucediera eso. El cine la atrapó en la cuna. Su madre es guionista y su padre, director. Cuando Kristen dijo a sus padres que quería ser actriz, su madre la puso en guardia: «Conozco a los críos que hacen cine. Acaban volviéndose locos…» Y Kristen puntualiza: «Pero yo no me he vuelto loca.»

Un fenómeno generacional

Y sin embargo, lo tenía todo para que le pasara eso. Tras el estreno de la primera entrega de “Crepúsculo” tiene 18 años y, de la noche a la mañana, pasa a ser casi tan conocida como los Beatles. Un fenómeno generacional. Su vida se escruta microscópicamente. Su novio se llama Robert Pattinson. Sus fans se cuentan por millones. Ni un tuit que no hable de sus amores. «Era impresionante», rememora. «Desde entonces, desconfío de la tecnología…»

¿Consecuencia? Ya no filtra nada de su vida privada. Los tabloides aseguran que vive con su mejor amiga. No importa. A la pregunta «¿Quién es tu novio actual?», la respuesta es mecánica: «Sin comentarios.»

Lo supersexy es hortera...

Se refugia en películas que elige con esmero. Siempre papeles a flor de piel que resaltan su oscuridad rimbaudiana. «Me gusta arriesgarme», asegura. ¿Actuar en una película francesa era uno de esos riesgos? «En realidad, no. Era una apuesta muy controlada. Además, me gusta el cine francés, porque deja la parte bonita a la imaginación, a la espontaneidad, a la audacia. En Francia, cuando se empieza una película, nadie se pregunta si va a funcionar hasta que la ha acabado. El film se hace por un deseo más fuerte que la lógica económica. Me gusta esta actitud que consiste en aceptar una parte de lo imprevisto y de la poesía, y que se encuentra a menudo en el mundo de la moda. Por eso me gusta y respeto tanto a Karl Lagerfeld. No es un ideólogo de la moda sino un visionario sensible. Convirtió a Chanel en una firma rockera y piensa, como yo, que lo supersexy es hortera. Nos entendemos muy bien…» Sin ni siquiera quererlo, la ultramoderna Kristen Stewart se ha convertido en un animal de la moda. Y esto ha sucedido también de forma completamente natural.

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