Isabel Allende y William C.Gordon

Isabel Allende: escritora chilena. William C. Gordon: abogado inglés que publica su primera novela, “Duelo en Chinatown” (Ediciones B). Hablamos con esta pareja sobre literatura y amor, sus dos grandes pasiones.

Isabel Allende y William C.Gordon
Isabel Allende y William C.Gordon

No fue de un día para otro. Él llevaba tiempo escribiendo y ella, corrigiéndole. Por eso, el estreno editorial del marido de Isabel Allende es un triunfo para los dos.

¿Cuándo empezó a escribir?

William C. Gordon: Lo intenté en 1998 pero, como abogado, tuve un caso que duró seis años. Cuando terminé fue cuando me puse en serio.

¿Cómo influye en una relación la pasión común por la escritura?

Isabel Allende: A nosotros nos ha venido muy bien, aunque antes ya nos iba de maravilla. Además, como escribimos en distintos géneros y tenemos estilos diferentes, no hay competencia.

De modo que supone un buen estímulo para el matrimonio.

I.A: ¡Y sobre todo a nuestra edad! Partir de cero con cada libro te renueva. Escribir nos rejuvenece a los dos.

W.G: Durante nuestros primeros años, ella estaba escribiendo “El plan infinito” y recorríamos EEUU comentando las escenas y los personajes.

I.A: Sí, la literatura siempre nos ha unido. Lo que le atrajo de mí fue mi libro “De amor y de sombra”.

¿Así fue como se conocieron?

I.A: Sí. Yo promocionaba el libro por California y él vino a conocerme.

¿Un flechazo?

I.A: Por mi parte, sí; por la suya, no. Creo que él las prefiere altas y rubias.

W.G: Eso no es verdad. Una amiga profesora me dio un libro de Isabel para que lo leyera. Y yo le dije: «Me encanta cómo escribe esta mujer, la forma que tiene de hablar sobre el amor.» Desde entonces, sólo pensaba en conocerla. Y aquí estamos. I.A: A mí me enamoró porque tenía una historia. Cuando me contó su vida, pensé en escribirla. Me comentó que tenía pensado hacerlo él, y yo le contesté: «Yo lo voy a hacer mejor.»

Y así nació “El plan infinito”, inspirada en su marido.

(Ambos asienten).

Isabel, usted siempre ha definido la escritura como una experiencia sensual. Dice: «Escribir es como hacer el amor. No te preocupes por el orgasmo, sino por el proceso.» El primer libro de su marido, ¿ha acentuado aún más esa sensación?

I.A: Me ha hecho inmensamente feliz. Cuando llegó el primer ejemplar yo le aconsejé: «Disfrútalo porque nunca vas a volver sentir lo que sientes hoy.»

¿Él le pide consejo?

I.A: Nos ayudamos de manera indirecta. Cuando leo algo y pienso que se le puede dar una vuelta más, sí se lo digo. Pero nunca le meto mano al texto. También le cuento errores que yo he cometido y que creo que le pueden servir: como reutilizar el capítulo de otro libro. Pero como es cabezota, no lo hace, pierde seis meses y luego admite que yo tenía razón.

¿Escribirían un libro conjunto?

I.A: Algo hay... Él tiene fotos de algunos de los viajes que hemos hecho juntos, y Juan Pascual, de Ediciones B, quería publicarlas. Entonces yo pensé que él podía poner las imágenes y yo los textos. Está en el aire... Pero escribir un libro a cuatro manos, no creo.

Hábleme del origen de su novela.

W.G: El primer capitulo de “Duelo en Chinatown” está basado en un cuento. Un día estaba paseando por San Francisco y me crucé con un chino albino. Eso activó mi imaginación.

Además de la literatura, ¿qué otras cosas comparten?

I.A: Experiencias personales similares. A los dos se nos murió una hija, su hijo ha tenido problemas con drogas, el trabajo, los viajes…

¿Y cómo es la rutina hogareña de una pareja entregada a la escritura?

I.A: Yo escribo en un estudio apartado. Él, en cambio, trabaja en casa, pero sale, entra… Yo no me levanto de la silla hasta que él viene para avisarme de que la comida está lista.

¿Viven solos o acompañados?

I.A: Somos una familia-tribu (risas). Vivimos solos, pero al lado vive el marido de Paula (su primera hija, a la que dedicó un famoso libro tras su muerte por porfiria, en 1991) con su nueva mujer y sus mellizas.

W.G: Nuestra casa es un pozo negro de necesidades. Además, mi hijo acaba de rehabilitarse de su drogadicción y se está reincorporando a la familia.

¿Qué diferencias han tenido que ir limando a lo largo de estos años?

I.A: Algunas de educación. Mientras para mí es muy importante la familia, Willie no sabía lo que era eso. Su padre murió cuando él era pequeño y su madre siempre había estado ausente. Por otra parte, la lengua: hablando en inglés, echaba en falta la soltura que te permite jugar con el lenguaje. En cuanto a las diferencias culturales, en dieciocho años se han ido suavizado.

W.G: Que te diga la verdad, ella sólo habla spanglish (risas).

¿Se podría decir que habéis llegado un equilibrio anglochileno?

I.A: Sí, pero todo mezclado.

W.G: Siempre ha habido química entre nosotros, una energía mágica.

¿El secreto de vuestra relación?

I.A: La tolerancia. Yo soy mandona y me meto donde no me llaman, sobre todo en la vida de mis hijos.

W.G: ¿Esto está grabando? (risas).

I.A: A Willie le molesta ese defecto, pero en el fondo lo tolera. Sabe que forma parte de mí.

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