Entrevista a Hugo Silva
Visitamos la isla más paradisiaca con uno de los hombres más deseados. ¿Se puede tener más suerte? Un viaje para sentir envidia... sana.
Le invitamos a acompañarnos a Formentera y aceptó encantado. En este lugar, el actor recupera habitualmente la tranquilidad y el buen rollo que le restan la fama y la presión mediática que ha de soportar cuando está en Madrid. ¡Lo lleva fatal! Pero ni en la isla de la paz le permiten disfrutar del todo de ella. Aquí también las chicas entran en una especie de trance cuando le ven e incluso observamos estupefactos cómo un padre se empeña en colocarle a su bebé en los brazos –de nada sirvió el grito de Hugo: «¡Se me va a caer!»– para fotografiar una estampa familiar. También hubo buenos momentos: coincidimos con Roman Polanski en el Blue Bar, contemplamos una puesta de sol espectacular desde la Playa de Illetas y nos contagiamos del espíritu ‘hippie’ que se respira en esta isla, convertida hoy en uno de los destinos de vacaciones más privilegiados del mundo. Un lugar ideal para ‘desnudar’ –por fin– a Hugo y conocerlo a fondo.
Hay muy poca información sobre tu vida personal. ¿Has ‘blindado’ premeditadamente tu intimidad?
Se nota, ¿no? Todo este morbo que se ha creado a mi alrededor, ajeno a mi trabajo como actor, ha hecho que proteja mucho mi vida privada. Por eso tengo fama de antipático pero no es real: soy un tío muy normal. Simplemente trato de conservar mi identidad y mi mundo para no perder la cabeza. La fama es muy traicionera, puede convertirse en un muro que te separe de la realidad y no quiero que eso me suceda. Creo que sé quién soy y de dónde vengo, y quiero seguir así.
¿Cuáles son tus orígenes?
Nací en una familia humilde; crecí en San Blas, un barrio obrero de Madrid con mucho encanto; cursé Formación Profesional en la rama de electricidad...
¿Ibas para electricista? ¿Cuándo te planteas lo de ser actor?
¡Llegué a ser electricista! Pero fue un periodo corto. En seguida empecé a compaginar este trabajo con mi formación de actor, que era lo que había soñado desde pequeño. Con el apoyo de mi madre me matriculé en la RESAD (Real Escuela Superior de Arte Dramático): nunca es tarde para intentar hacer lo que te gusta y, al final, lo logré. Hay una frase de Fernando Fernán Gómez que dice: «El éxito no son hechos, son sensaciones», y tiene razón. Se trata de disfrutar con lo que haces, no de alcanzar una meta.
¿Disfrutas actualmente con tu profesión?
Sí, me gano la vida como actor y eso es muy difícil. Pero quiero más: personajes que me lleven al límite de mis posibilidades, que me conduzcan a lugares oscuros del ser humano, a jugar...
Tu proyecto inmediato es incorporarte al rodaje de ‘Mentiras y Gordas’, la nueva película de Menkes y Albacete.
Sí, es una comedia feroz, en la que interpreto a un sinvergüenza al que le pasan cosas muy fuertes. Voy a trabajar con gente joven, muy fresca y con mucho arte, como Yon González, Mario Casas, Ana de Armas y mi amigo Asier Etxeandía. Después tengo un proyecto para volver al teatro. Necesito reencontrarme con las tablas.
Después de tanta tele, te apetecerá el cine o el teatro...
Hay una diferencia muy clara: son medios de los que recibo estímulos, en los que aprendo y crezco como actor. La tele, sin embargo, exige dar mucho como profesional y como persona. Entras en la casa de la gente, pones tu cara y eso te vuelve muy frágil. Aunque cueste creerlo, la fama es muy incómoda; es lo que peor llevo de este trabajo.
Se dice, se rumorea y se comenta... que los actores sois propensos a los ataques de ego, ¿estás de acuerdo?
A mí me resulta difícil controlar mi ego. Todos los actores lo tenemos acentuado y lo alimentamos, pero al final se convierte es nuestro peor enemigo. Nos hace vulnerables al qué dirán, a las críticas... y esto nos impide ser valientes, tirarnos a la piscina a la hora de interpretar un personaje. En general, somos inseguros y nuestra autoestima sube y baja como una montaña rusa.
Trabajar en Hollywood es ya algo alcance de muchos actores y actrices españoles. ¿Te ves algún día allí?
¡Y en Bollywood! ¿Por qué no? (Risas). No me trasladaría a vivir a Los Ángeles porque no me va el estilo de vida norteamericano, pero sí me gustaría trabajar allí. Y en Francia, donde también se hace un cine interesante, con identidad. Los franceses protegen su cultura, algo que no hacemos los españoles. Aquí nos gusta mucho el flamenquito –a mí el primero–, pero deberíamos conservar mejor nuestras raíces.
Así que eres ‘flamenquito’...
El flamenco me vuelve loco. Me he criado escuchándolo: es mi música ‘madre’.
Pensaba que preferías el heavy metal, ¿no fuiste integrante de un grupo que se llamaba Inerdem?
Estuve en ese grupo y en otros. Antes de querer ser actor, probé suerte como rock star, pero no funcionó. Con el tiempo he aprendido a apreciar otros géneros musicales: me encantan los ritmos étnicos, la fusión y también la electrónica.
Lo que sí es heavy es lo del fenómeno mediático que compartes con Miguel Ángel Silvestre –El Duque en ‘Sin tetas no hay la televisión. ¿M.A.S. te ha hecho un favor?
Ja, ja, ja... ¡Pobrecillo! Miguel Ángel es un actor maravilloso y un chaval estupendo. Es la novedad y lo está pagando. Esto es así: su éxito me ha liberado un poco a mí de la presión que tenía hace un año, y luego vendrá otro que tomará el relevo. ¡No hay que creérselo! Esta fama que surge de la noche a la mañana solo por el hecho de salir en televisión es muy efímera. No me interesa.
Encima, ambos interpretáis a personajes ‘canallas’. ¿Sabes que eso resulta especialmente atractivo para las mujeres?
Claro... ¡Las mujeres peligrosas también son las que más nos gustan a los hombres! Yo no tengo un estereotipo de mujer, ni busco una que sea guapísima. Me conformo con tener a mi lado a alguien que me entienda. En la vida real, yo no soy un tipo duro. No tengo nada que ver con Lucas –su personaje en ‘Los hombres de Paco’, de Antena 3.
Pero lo de ser guapo te habrá venido bien para algo...
Lo importante para trabajar en esta profesión es tener un físico definido: ser muy alto o muy delgado, o gordo... El ser atractivo, concretamente, te permite acceder a personajes más lucidos y... a que las chicas quieran fotografiarse contigo.
Pero confiesa: ese cuerpo ‘serrano’ es fruto de horas de gimnasio. ¿Te cuidas mucho para mantenerlo?
He practicado muchos deportes a lo largo de mi vida. Este invierno me apunté a Muai Thai, un arte marcial. Pensé que podría servirme actoralmente para aprender cómo se mueve un tipo que sabe pelear. La experiencia me ha llenado mucho. Así que voy a seguir practicándolo. Me gusta cuidarme para sentirme bien y, de vez en cuando, ‘maltratarme’ y pegarme una fiesta.
Eso, eso... entre tus amigos tienes fama de juerguista.
Claro, me gusta mucho la juerga y bailar. Escucho un buen funky y no lo puedo evitar. En Formentera he ido a fi estas en la playa en las que la gente se comunica bailando, y son experiencias inolvidables. Lo malo es que la fama me ha privado de muchas de esas cosas: me encantaba hacer nudismo en la playa, pero no quiero que toda España me vea el culo, y tampoco salgo tanto de marcha como antes, porque sé que voy a tener que aguantar a muchos pesados. Aun así, salgo y soy un maestro en el arte de escabullirme.
En lo que no te escabulles es en tu faceta reivindicativa. ¿Te definirías como político o apolítico?
Político, por supuesto. Ser apolítico es dar la espalda a la realidad de lo que sucede en el mundo. Tenemos que denunciar las injusticias e implicarnos. Yo lo hago a mi manera, a través de la ONG Voces, junto a la Mari de Chambao, Antonio Orozco... Desde esa plataforma, señalamos la pobreza que existe en el mundo, porque todos sabemos que hay recursos suficientes para que nadie pase hambre.
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