Ni te imaginas cuál puede ser uno de los enemigos de tu piel en verano

En verano el cuerpo nos pide agua, por dentro y por fuera. Bebemos más para reponernos del calor, pero también pasamos más tiempo en remojo (en la playa, en la piscina, en la ducha…) que el resto del año. Y esto no le hace ningún bien a tu piel. Te contamos por qué

El agua puede alterar el equilibrio de la piel

En verano pasamos más tiempo en remojo y eso no le hace ningún bien a tu piel

Es un elemento vital, el 60% de nuestro cuerpo es agua y es esencial en la hidratación y lozanía de la piel. Pero en verano, nuestra piel se ve expuesta al agua con mayor frecuencia que durante el resto del año y como señala la doctora Natalia Jiménez, miembro GEDET (Grupo Español de Dermatología Estética y Terapéutica) de la AEDV es importante conocer qué cambios produce, para así evitar efectos indeseados.

Puede sonar contradictorio, pero aunque a priori pudiera parecer que aplicar agua sobre la piel pueda hidratarla, la realidad es otra, asegura la dermatóloga. Por el contrario, el agua reseca la epidermis porque elimina la fina capa de sebo que la protege de las agresiones externas. En consecuencia, señala la experta, “necesitamos aplicar de forma externa cremas o lociones corporales con ingredientes que tengan capacidad humectante, como es el caso de la glicerina o el ácido hialurónico; emolientes, como los aceites y la vitamina E y oclusivos, como la lanolina y la manteca de karité”.

Que el agua y la piel no sean afines es una cuestión también de pH. Mientras el agua pura tiene un pH de 7, es decir, neutro; el de la piel fluctúa entre 4,7 y 5,75, según la zona del cuerpo, la edad y el género. “Ese pH ligeramente ácido es consecuencia del manto ácido, la parte acuosa de la película hidrolipídica que protege las capas externas de nuestra piel” informan desde Eucerin. Y como bien dicen desde la marca, el pH de la piel es, precisamente, uno de sus mecanismos de protección clave. Pero su estabilidad es frágil y se ve comprometida por numerosos agentes externos y nuestros baños en la piscina, el mar y la mayor frecuencia de duchas, tan propios del verano, echan más leña al fuego.

Tirarse a la piscina

“El cloro no respeta la epidermis”, así de clarito lo afirman desde Ducray; y por ello, las personas que van regularmente a la piscina tienden a tener la piel más seca y tirante. “La presencia de cloro en piscinas tiene su utilidad para la prevención del crecimiento de microorganismos en las aguas y evitar así infecciones, pero el agua clorada en la piel puede ser perjudicial si no tenemos algunas precauciones: sabemos que deshidrata la piel y el pelo y esto puede ser especialmente dañino en personas que tengan la piel atópica”, explica la doctora Natalia Jiménez. Para contrarrestar este efecto, es importante aclarar la piel con agua no clorada después de cada baño en las piscinas y aplicar crema hidratante al final del día.

La mar salada

El agua del mar se caracteriza por ser salada, debido a su alta concentración de sales minerales. Y ello, según la dermatóloga, tiene un beneficio para la piel: “posee una ligera capacidad exfoliante, por lo que notaremos la superficie cutánea más suave. Pero advierte: “al igual que ocurre con el agua clorada, recomendamos también aclararla porque sabemos que tiene capacidad para deshidratar nuestra piel”; un gesto que no nos exime de aplicar, siempre después, una crema hidratante que ayudará también a evitar la deshidratación típica producida tras la exposición solar.Las piscinas de agua salada, tienen una concentración algo inferior de sales minerales, por lo que su capacidad exfoliante es menor que con el agua de mar, pero su capacidad para deshidratar la piel es menor que las piscinas de agua clorada, por lo que, según Jiménez, es una opción más óptima para nuestra salud cutánea.

No abuses de las duchas

Si la ducha diaria ha sido durante mucho tiempo un gesto de higiene sin discusión, últimamente, se oyen cada vez más voces, algunas muy populares (Mila Kunis y Aston Kushner, entre otros) que se posicionan en contra, por el bien de la piel y el planeta, y abogan por espaciar la frecuencia de las duchas. Con el showergate como telón de fondo, bajar la frecuencia de duchas no está ya tan mal considerado. Sin embargo, en verano y en nuestras latitudes no solo no parece de recibo no ducharse a diario, sino que por el calor y porque hay que ‘aclararse’ bien la piel tras el baño en la piscina o el mar, o para eliminar el fotoprotector, es más habitual que aumentemos el número de duchas diarias. Y la piel lo sufre.

Pero además, al efecto desecante que tiene el agua, bajo la ducha confluyen otros factores que resultan tanto o más agresivos para la piel. Por un lado, la dureza del agua. El agua del grifo es ligeramente alcalina debido a la presencia de cal y magnesio. Esa concentración caliza, que varía según las zonas, define el grado de dureza. Y cuanto más dura, peor para la piel porque favorece la sequedad cutánea, aumentando la sensación de tirantez, falta de confort e incluso irritación. A esto hay que añadir que el agua corriente también está clorada para salvaguardar su salubridad y potabilidad, y, como hemos visto, el cloro también tiene un impacto negativo en la piel.

Por otra parte, la temperatura del agua también determina su nivel de agresión. El agua caliente no es lo mejor para la salud de la barrera cutánea. A más grados, más susceptibilidad de deshidratación. Y cuanto más seca, la piel resulta más vulnerable a la irritación y el enrojecimiento. Lo mejor, duchas de agua tibia.

Y por último, pero muy importante, es el efecto de los jabones y geles con los que nos duchamos. Perfumes, surfactantes, colorantes o conservantes suelen figurar en la composición de estos productos cuyo aroma y poder espumante suelen ejercer una irresistible atracción para los sentidos, lo que nos lleva a recrearnos más tiempo del debido (no debería sobrepasar los cinco minutos) bajo la ducha. Que nos quede claro: no por hacer más espuma, limpian más. De hecho, los dermatólogos recomiendan jabones tipo 'syndet' (syntetic detergent) o productos con un pH entre 4,5 y 5,5, similar al de la piel sana.

Atención, pues, a ese combo de agua caliente y jabones espumosos porque en esa pretensión de llevarse por delante las impurezas, también arrastra por el desagüe esa capa de aceites naturales tan importante para el buen funcionamiento de la barrera cutánea.

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